Hace unos años escuché decir a Simon Rattle que la música clásica no puede ser considerada como un objeto de lujo. La música, decía, ha de ser tan natural como el aire que respiramos, el agua o el alimento que nos permite vivir.

mariinsky o nada

El actual cambio en el Festival de Música de Canarias hace aflorar un conflicto de ideas o conceptos que ponen de manifiesto hasta qué punto las políticas culturales han estado cautivas de un elitismo caracterizado por lo exclusivo del evento y con la premisa de que “cuando no sabes que comprar, compra lo más caro, y si es caro, es lo mejor del mundo”. En ese marco conceptual se estableció el Festival Internacional de Música de Canarias.

A lo largo de toda Europa podemos encontrar cientos de festivales de clásica con muy distintos tipos de programación o temáticas. Canarias, en ese mapa de temáticas musicales, optó por crear una nada modesta versión insular del festival de Salzburgo, situado desde los tiempos de la arrolladora figura de Karajan en lo más alto de la exclusividad y solemnidad. Conciertos de alfombra roja, pajarita y diamantes en la Macaronesia. Podríamos haber optado por un modelo distinto y con una programación que nos situara en el mapa con voz propia. Pero no, queríamos destacar por lo exclusivo y se consiguió. Cuando hablamos de un modelo distinto no nos referimos al traje tradicional, sino a plantear una política de vasos comunicantes que haga que la inversión que dedicamos a actividades de este tipo reviertan en beneficio de la cultura del archipiélago, que fructifique en estrategias de inclusión cultural a medio y largo plazo, que sirva de estímulo para nuevas iniciativas y que no caiga por el desagüe de la simple vanidad.

Vivimos esos años de grandes presupuestos para solistas y orquestas con poca o nula participación local. Desde los años 80, las orquestas sinfónicas canarias o ensembles de cámara fueron evolucionando y sin embargo su participación en el Festival de Música de Canarias seguía limitada a lo meramente protocolario. La prioridad eran siempre las estrellas invitadas. El presupuesto fluía y el déficit también fluía. La crítica aplaudía con el mismo entusiasmo con el que, imagino, colgaba las fotos de sus encuentros en el exclusivo backstage.

En pleno apogeo de fotos con Berliner, Concertgebouw, Mariinsky, Viena y London llegaron los recortes. Desde ese momento el FIMC ya no tendría los recursos necesarios para mantener su poderoso cartel. Esos brutales recortes en materia cultural, un 80% desde 2008, lo hacían imposible. Sin embargo, no se movió ni un milímetro la intencionalidad, es decir, se decidió seguir manteniendo el concepto de lo exclusivo aunque en menor cantidad.

Valery Gergiev dirigiendo y mirando a cámara

Valery Gergiev

Si había que elegir entre 20 conciertos de variado repertorio y un concierto de la Sinfónica del Teatro Mariinsky, se elegía Mariinsky. ¿Por qué? Porque es cara, muy cara. Digamos que una foto del backstage o una cena con Valery Gergiev puede compensar, para una minoría, el vacío programático. Y así pasan los años. Mientras se precarizan las escuelas de música municipales, algunos sueñan con volver a ver la plantilla del Mariinsky haciendo castillos de arena en Las Canteras y a Gergiev llegando en su avión privado para contemplar la belleza arquitectónica de nuestros auditorios. No hay nada que pueda llenar el vacío que Gergiev dejó en sus corazones, ni siquiera la visita de Brad Pitt.

Estos días en los que conocemos la programación del Festival Internacional de Música de Canarias, me temo que nos cansaremos de leer artículos escritos desde el odio más profundo hacia lo desconocido. El pequeño grupo de “expertos” que quería seguir imponiendo su criterio, nos anunciará la muerte del Festival. Podremos ver al gerente de una de nuestras orquestas lamentarse de la pérdida de la “gran programación sinfónica”, las nuestras no cuentan, aunque seas, al menos sobre el papel, su representante.

El cambio que plantea la programación de Nino Díaz marca un punto de inflexión y esto no será fácil de digerir. Escuchar a músicos canarios, aunque sean de igual o mejor nivel artístico, es para esa minoría que pretende seguir dictando a gerentes de buen oído, un auténtico sacrilegio. El concepto canario-salzburgués se está rompiendo y no se van a conformar con la orquesta del Mozarteum o la Mahler Chamber, dos de las más reputadas a nivel internacional. Mariinsky o nada.

Juan Márquez
Diputado de Podemos en el Parlamento de Canarias