Soy defensor de la bicicleta desde hace muchos años. Bicicleta que tuve que abandonar cuando por poco me atropella una guagua en la calle Juan Manuel Durán de mi ciudad. Acababa de nacer mi primer hijo y decidí entonces que él no merecía que yo fuera un ciclista muerto más, víctima de la falta de respeto o la imprudencia de los conductores de vehículos motorizados.

Ahora las administraciones de la Isla se han fijado en Europa y están apostando por las bicicletas con carriles bici, bicicletas gratuitas compartidas en régimen de préstamo, días festivos y carreras dedicadas a concienciar de la importancia de la utilización de las bicicletas como medio de comunicación saludable, sostenible y comprometido con el medio ambiente, etc.

Pero ahora que ya hemos logrado que nuestros políticos asuman la importancia de esta cuestión mediante medidas e inversiones sensatas, somos nosotros, los ciudadanos, los que no estamos a la altura de las circunstancias.

He vuelto a coger la bicicleta todos los días y cada mañana me asombra lo burros y egoístas que somos como sociedad. Gente parada en medio de los carriles bici mirando el whatsapp, gente caminando con sus hijos vestidos de uniforme por el medio del carril bici, coches mal aparcados obstruyendo el paso, automovilistas que pasan a gran velocidad por los cruces, incluso cuando tienen un semáforo que les advierte con el color ámbar mientras los ciclistas tenemos el verde, gente que al bajarse de la guagua y cruzar el carril ni se molestan en mirar, deportistas que se empeñan en correr por donde les corresponde a los ciclistas y todo un sinfín de despropósitos que llegan al extremo de personas que gritan insultos en contra de la iniciativa. Por no mencionar a los que las roban o, simplemente, las destrozan por diversión.

Tenemos que tener paciencia hasta que la mayoría de la ciudadanía vea con normalidad el transitar en bicicleta y se vayan apuntando a este buen hábito.

No se trata de obligar a todo el mundo a que utilice la bicicleta como medio de transporte. Se trata de facilitar su uso a los ya ‘iniciados’, sin que nuestra vida corra riesgos, mientras que, simultáneamente, se educa al resto de la población en la conveniencia de usarlas.

Lo mismo ha pasado con nuestro Festival de Música de Canarias. Por una vez que nuestros políticos miraron a Europa y quisieron poner algo de sentido común a este evento consiguiendo récord de asistencia, récord de número de conciertos, récord de críticas especializadas positivas, récord de visitas a la web, récord de municipios programados, récord de jóvenes asistentes, récord de oferta por estilos, récord en bajada de precios o récord de valoración en las encuestas de satisfacción con una programación de calidad y para todos los gustos… Han sido los que jamás van a los conciertos los que más están despotricando de la iniciativa y generando opinión negativa.

Tampoco sería justo decir que todo en el FIMC han sido aciertos, como pasa igualmente con las iniciativas en torno a la bicicleta. Pero, al menos, por primera vez se ha realizado una memoria que analiza los problemas y se ha desarrollado un plan estratégico para solucionarlos. Lo malo es que, en este caso, nuestros dirigentes han hecho más caso del ruido mediático para salvar su cargo que de la lógica, el sentido común, el bien general, la memoria o el plan estratégico.

Como explicaba Nino Díaz en su artículo ‘Hablemos de cultura‘, la obligación de un programador cultural público no es entretener a la ciudadanía, su obligación es cultivarla, sofisticarla haciéndola cada vez más culta, valga la redundancia. Pero no. No es este el punto de vista del nuevo Consejero de Cultura, Isaac Castellano, que se preocupa más de pasar este año y medio sin muchos sobresaltos que de preocuparse por el nivel cultural de sus conciudadanos. O al menos eso parece.

El colmo del disparate lo estamos viendo estos días en los que se está acusando a Nino Díaz, coordinador provisional del FIMC, de contratar a su hija en el propio Festival.

En un burofax enviado por el despacho de abogados de Nino Díaz a dichos medios se explica que «las manifestaciones son del todo infundadas y gratuitas, además de dañinas al prestigio de mi mandante, profesional intachable y observador de cuantas precauciones y cuidado son inherentes a su profesión» y puntualiza:

  • «Que las afirmaciones no se corresponden con la realidad de los hechos.
  • Que el contrato finalizó el día 30 de abril de 2017 (tal y como se estipuló desde el principio, y no fue cesado en ningún momento), siendo una de sus obligaciones contractuales la de preparar la programación del Festival 2018 y que entre los contratos que se cerraron mientras era responsable no se encontraba el Cuarteto Klengel, en el que participa su hija.
  • Que se completó el cartel, entre otros artistas, con el Cuarteto Klengel, transcurridos varios meses desde la finalización del contrato de Nino Díaz, sin que tuviera ninguna responsabilidad él mismo.
  • Que igualmente, Nino Díaz nada tiene que ver con la contratación de su hija por el indicado cuarteto de música, quienes si decidieron incluirla, lo harían por sus méritos profesionales y cumplimiento de las necesidades del indicado grupo. Es por ello que, las anteriores afirmaciones no solo vulneran la honorabilidad de Nino Díaz, sino de los propios integrantes del referido Cuarteto, así como de los responsables de la contratación del indicado Cuarteto».

Consultadas diversa fuentes, y para enredarlo todo más, parece ser que el mencionado cuarteto no tiene contrato alguno firmado, aunque su nombre aparece en la programación. Y también resulta que la concertista, hija de Nino Díaz, fue alumna aventajada de uno de los integrantes del cuarteto de reciente creación.

Por otro lado, si Nino Díaz finalizó su contrato el día 30 de abril, y si no se ha elegido director porque se consideró que de los 14 candidatos internacionales con titulación superior ninguno tenía «el nivel apropiado»… ¿Quién ha sido la persona que ha decidio poner al Cuarteto Klengel en la cartelera sin firmar contrato alguno? ¿Y bajo qué criterios, si ahora dicen que solo sabían que era «un cuarteto de violoncellos», decidieron contratarlo? ¿Para poder armar una carajaca y desprestigiar a Nino Díaz acusándolo a él de que firmó el contrato que nunca nadie ha firmado todavía?

Y a todas estas… ¿De cuánto dinero estamos hablando? ¿De 10.000 euros para que cuatro profesores superiores (les recuerdo que la carrera superior son 14 años de carrera; 4 de elemental, 6 de profesional y otros 4 de superior) ofrezcan seis conciertos por las Islas? Para que se entienda mejor: Cada profesor va a cobrar de media 417 euros por concierto.

Y si es un escándalo que la hija de un ex coordinador del Festival cobre 417 euros por concierto… ¿Qué podrá ser el hecho de que la viuda de un ex director del Festival venda dos conciertos de un quinteto (una pianista, dos cantantes, un vídeo artista y un guionista) por 45.000 euros? ¿Y porqué los medios que han publicado el falso escándalo de Nino Díaz no han dicho nada sobre esta práctica reiterada durante años por un familiar de un ex director? ¿Tendrá algo que ver las amistades o enemistades con los responsables de dichos medios?

Repito lo mismo que dije para la bicicleta: Tenemos que tener paciencia hasta que la mayoría de la ciudadanía vea con normalidad el programar músicas cultas de diversas épocas y se vayan apuntando a este buen hábito.

No se trata de obligar a todo el mundo a que vayan a conciertos de diferentes estilos. Se trata de facilitar su acceso a los ya ‘iniciados’, sin que nuestra honorabilidad corra riesgos, mientras que, simultáneamente, se educa al resto de la población en la conveniencia de acudir.

Pero para ello necesitamos a políticos con criterios serios y claros, que piensen en el medio y largo plazo y no en salvar su chiringuito mientras le dura hasta conseguir el echadero definitivo.

Y para ello, también, la ciudadanía tiene que estar a la altura de las circunstancias defendiendo la lógica, lo sostenible y el sentido común.