Varias líneas y un fuego central son una casa. Las líneas han de delimitar los espacios,
señalando con un ímpetu pretencioso la diferencia entre el mundo y la casa. Si este
continuo ejercicio de delimitación perdiera fuerza, podría llegar a confundirse el interior
con el exterior, haciendo tan leves las palabras aquí escritas que comenzarían a huir,
flotando, del humildísimo papel que las sujeta. El fuego ha de latir de forma perenne en
el corazón etimológico de la palabra hogar, que nos recuerda que, sin el amparo de lo
cálido, el hogar es imposible. Una casa es un abrigo. Fuego en el centro y líneas son
nuestras casas. Pero, como Tolstoi escribió en el comienzo de su novela Ana Karenina:

«Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz lo es a su
manera».

Y con las casas sucede lo mismo, puesto que cada hogar afronta lo infeliz de formas muy
diferentes.Esta crisis que atravesamos ha tornado nuestras casas en espacios distintos a los que
conocíamos. Ha convertido lo familiar en extraño, que es, de forma literal, la definición
que Freud dio de lo siniestro (como una vivencia contradictoria donde lo extraño se nos
presenta como conocido y lo conocido se torna extraño). Pero como casi siempre sucede,
la oscuridad no está exenta de luz.

La crisis del coronavirus nos pilló a todos en medio del naufragio diario (acaso el
naufragio de sangre, de aquellos versos lorquianos); y antes de que pudiéramos
pararnos a pensar qué estaba sucediendo, nos encontramos todos confinados en nuestras
casas. Muchas familias volvieron a encender los fuegos etimológicos de sus hogares, y las
líneas que separan el mundo de sus casas se redibujaron con más fuerza que nunca,
tratando de revivir el eco hernandiano que nos invita a que nuestra casa permanezca
pintada, no vacía; y nos avisa de que, con la voluntad conjunta de los que habitan el
hogar, siempre sucede que el odio se amortigua detrás de la ventana.

Barrios Orquestados se sumó de inmediato a aportar su leña al fuego de las familias que
tratan, ahora más que nunca, de amortiguar el odio detrás de las ventanas, y que no logre
penetrar en nuestras alcobas, en nuestros espacios, en nuestras nuevas realidades.

El equipo al completo se lanzó a diseñar el plan que devolvería los instrumentos
musicales a sus legítimos tañedores: nuestros niños y niñas. Las trabajadoras sociales
diseñaron la ruta que seguiríamos durante la entrega, poniéndose en contacto con los
familiares de los niños y niñas que íbamos a visitar. El equipo de producción posibilitó
que las fuerzas de seguridad y los servicios civiles colaboraran con nosotros, escoltando
a las profesoras y profesores durante el trayecto. Y, cuando todo estuvo listo, un grupo
de docentes salió a las calles de las islas de Gran Canaria, Tenerife y Lanzarote, siguiendo
todos los protocolos de higiene y seguridad, escoltados por los cuerpos competentes.

Los niños y niñas que recibieron instrumentos esa semana reflejaban en sus caras una
alegría incontenible. Ellos y ellas, que desde hace ya más de un mes han tenido que
aprender a transformar sus habitaciones en aulas, sus pasillos en canchas de recreo y las
zonas comunes en rincones de intimidad, no podían esconder una inmensa sonrisa
cuando comprobaban que, tras la puerta de sus casas, se encontraba su profesora de
Barrios, con un instrumento en la mano.

Para estos niños y niñas, sus instrumentos significan mucho más de lo que puede
imaginar cualquier tratado de orquestación: para ellos y ellas sus instrumentos son un
abrigo. Un abrigo que nuestros profesores y profesoras entregaron aquellos días y cuya
calidez, sin embargo, recibieron eternamente en el momento en el que lo dieron; porque
la calidez, como la razón, se posee cuando se entrega.

No está en nuestras manos no sucumbir al naufragio que, a veces, la realidad impone;
pero sí queda en nuestra elección la forma de entrar en él. Barrios Orquestados decidió
entrar en este intersticio crítico que atravesamos de la mejor manera que sabe: llevando
de nuevo la música a los barrios.

Dure lo que dure este confinamiento, nuestros niños y niñas, gracias al trabajo y la
dedicación de unos incansables docentes y un gran equipo de profesionales, tendrán de
nuevo la oportunidad de continuar plagando de música sus vidas.

Entremos a este naufragio repletos de música, que los ojos despiertos consiguen ver
incluso con las luces más tenues. Despertemos el sonido de los que no pueden hablar,
haciendo difícil la tarea de distinguir lo íntimo de lo universal. No dejemos caer en el
olvido que “tu risa me hace libre, me pone alas”; y que “soledades me quita, cárcel me
arranca” (Miguel Hernández). Y, cuando todo esto pase, mirémonos los unos a los otros
y démonos cuenta de que hemos seguido al pie de la letra el más bello mandato poético
de Dylan Thomas: No entres dócilmente en esa noche quieta.

Y volvamos, juntos, a encender el fuego.

Carlos Vega Estévez, profesor de Barrios Orquestados, pianista y compositor.