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Foto de la primera portada

José Pacheko (1885-1934), capa de Orpheu,
fascículo n.º 1, Janeiro–Fevereiro–Março de 1915 / Wikipedia

«Instamos a todos los artistas cuya simpatía acompañe a esta revista a enviarnos colaboraciones. Orpheu publicará un número incierto de páginas, nunca inferior a 72, al precio invariable de 30 centavos el ejemplar».

No es muy actual el precio. Ni la moneda, el escudo. Tampoco su contenido, claro. Pero lo que unos jóvenes talentosos y ambiciosos hicieron en Orpheu no fue una simple revista. De las, al menos, 72 páginas que llenaron los dos números que vieron la luz, salieron las bases del modernismo portugués. Que no tiene relación con el modernismo español, conste. Pero su importancia fue similar en ambas lenguas.

1915. Cinco años atrás, la monarquía fue expulsada de Portugal, instaurándose la Primera República. Fue en esa república en la que empezaron a florecer las vanguardias portuguesas. Alentados por el futurismo, unos pocos escritores, la mayoría de ellos veinteañeros, se unieron para sembrar la polémica en los círculos culturales del país.

En su momento, tal vez pudieron ser considerados donnadies. Hoy, los nombres de Fernando Pessoa o Mario de Sá-Carneiro, no pasan desapercibidos. Pero sólo son la punta de la lanza, los Vedder y Cobain de la vanguardia portuguesa, unos tipos tras los cuales se inició, a efectos prácticos, el siglo XX literario en Portugal.

Y luego venían los Almada-Negreiros (también pintor), Luís de Montalvôr, director del primer número de la revista, Ronald de Carvalho, responsable de la publicación en Brasil… porque, dicho sea de paso, bajo el subtítulo de Revista trimestral de literatura, hubo otra cabecera que indicaba la amplitud de miras inicial de Orpheu. Portugal e Brazil, rezaba la primera edición.

Ese primer número, que comprendía los meses de enero a marzo, impactó principalmente por la monumental obra final de Alvaro de Campos, heterónimo de Pessoa. Esa Oda triunfal, influida por el futurismo iniciado en Italia, tan poderosa y fría como una avalancha en Los Alpes, imparable como ese progreso tecnológico exaltado, no sin ironía, en los infinitos versos de la composición. Y esos breves escritos de José de Almada-Negreiros, evocadores, sugerentes. Y la tristeza interminable de los poemas de de Sá-Carneiro, como su Taciturno, y el resto de construcciones bañadas en muerte y desolación. Fernando Pessoa se atreve, incluso, firmando con su nombre verdadero (¿cuál es su real verdadero nombre? Tal vez sólo sea Persona, sin más), a escribir teatro: el género dramático es menos visible en su larga bibliografía que su rompedora poesía.

Foto del segundo ejemplar

Orpheu, fascículo n.º 2,
Abril–Maio–Junho de 1915 / Wikipedia

En el segundo y último número publicado de Orpheu, ya aparecen como directores los Cobain y Vedder de la generación. Desaparece Ronald de Carvalho de la ecuación, eliminando la trascendencia transatlántica de la revista. Y aparece resaltada la «colaboración especial del futurista Santa Rita Pintor». Pintor fue el último ingrediente que le faltaba a la mezcla. También joven. Fallecido en la veintena (29), nunca expuso en vida en Portugal. Casi como Pessoa, prácticamente inédito en la fecha de su muerte, si atendemos a la inmensa y rica obra que dejó en las sombras.

Este segundo ejemplar vino presidido por una serie de anuncios, entre el que destaca el siguiente mensaje: «Orpheu iniciará una larga serie de conferencias de afirmación, siendo las primeras las siguientes…». Conferencias de afirmación, impartidas, entre otros, por Santa Rita Pintor y Mario. Es decir, alrededor de Orpheu empezaba a crearse todo un movimiento cultural donde poetas, novelistas, pintores y artistas en general, exponían sus teorías y reflexiones sobre las vanguardias. La conferencia de Mario de Sá-Carneiro estaba titulada Las esfinges y las grúas: estudio del bi-metalismo psicológico. Sobra cualquier consideración al respecto.

Uno de los primeros puntos relevantes de este segundo volumen, es la serie de poemas que Violante de Cysneiros dedica a los señores Mario de Sá-Carneiro, Pedro Guisado, Côrtes-Rodrigues, Fernando Pessoa, a Alvaro de Campos, todos ellos participantes en la revista, y… a sí mismo. Tal vez no hay excesiva relevancia en los poemas en sí. La relevancia está en los elementos metapersonales que incluye aquí. Se une al juego de Pessoa y sus heterónimos. Un juego duro, peligroso, pero disfrutable. Y es que Cysneiros no es más que un pseudónimo de Côrtes-Rodrigues, lo que supone un desdoblamiento poético, con su doble dedicatoria a sí mismo.

Alvaro de Campos repite con otra oda, esta vez marítima. Pero ya no es ese lenguaje fluido, como de manantial que no se seca de la Oda triunfal. Esta Oda marítima es cadenciosa como el oleaje en el muelle. Es paciente como un marinero que va a embarcar. Trae historias imaginarias de los barcos que vuelven del horizonte. Y también de los que no vuelven. Y sumergen al lector en la turbia agua, en el olor a musgo, a sal. A mar. Y oxida toda la revista con su maresía que se filtra hasta por sus 30 centavos de precio. Pero, en este momento, sería injusto no mencionar a Walt Whitman, claro predecesor, salvando las distancias, de esta obra, así como de la Oda triunfal. Pessoa también fue Whitman.

En fin. Orpheu es el paradigma de toda buena generación de autores. La generación del 27 tuvo a la Residencia de estudiantes de Madrid. El surrealismo tinerfeño tuvo su núcleo en Gaceta de Arte.  Orpheu, a todos los efectos, es la raíz del modernismo luso. Es la puerta al nuevo siglo. Es el oasis republicano. Justo como el oasis republicano español. Las grandes generaciones tienen fértiles inicios y abruptos finales.

2012. Una librería cualquiera. Enterrado entre decenas de pilas de libros más grandes, cuidadas ediciones de tapa gruesa, ediciones de bolsillo de best sellers varios, resplandece el blancor de un librito en cuyo lomo, impreso en letras violetas, puede leerse un título: Locura. Cuatro años antes de su muerte, de Sá-Carneiro ya la anticipaba en su novela corta. Se suicidó cuando estaba a punto de cumplir los 26 años. Ahora está claro quién es Vedder y quién es Cobain, entre él y Pessoa. En cualquier caso, la muerte del escritor hizo que el tercer número de Orpheu no pasara de las pruebas de imprenta, y que el padre de éste dejara de colaborar económicamente con la publicación, como había venido haciendo anteriormente.

Orpheu sirvió de germen para toda una generación de artistas que, al abrigo de publicaciones similares a la original Revista trimestral de literatura, completaron la misión modernizadora de las letras portuguesas.

Tal vez la mejor definición de la revista la dio Luís de Montalvôr: «Orpheu es un exilio de temperamentos artísticos al que se quiere como un secreto o un tormento».