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Lo adelanto… soy canarión y estoy orgulloso de serlo. Adoro la isla que me vio nacer, con su enorme cantidad de industria y su escasez de verde, con sus roscas, sus asaderos, sus playeras y sus portabultos.

Sin embargo, recibí una buena educación de mis padres y jamás albergué estúpidos sentimientos de repulsa contra la isla vecina por el mero hecho de estar enfrente. Un lugar al que el destino me llevó hace ocho largos años.

Y ahora adoro también Tenerife, con su escasez de industria y su enorme cantidad de verde, con sus cotufas, sus chuletadas, sus tenis y sus maleteros.

Teniendo en cuenta esto -y con el añadido además de ser un apasionado de la Historia- me planté el pasado sábado 26 de julio, acompañado de mi esposa (chicharrera para más señas), en la Plaza Isla de la Madera, junto al Teatro Guimerá, para contemplar una reconstrucción de la última parte de la Gesta del 25 de Julio de 1797: la rendición inglesa.

Era una ocasión de asistir a un acto cultural gratuito (que lamentablemente pocas veces se da), con el añadido de contemplar “en vivo” un hito histórico que merece ser recordado año tras año. La única derrota del que está considerado uno de los mejores (si no el mejor) marinos de la Historia, Horacio Nelson, imbatido en todas y cada una de las batallas que disputó… excepto la que tuvo lugar en este trozo de tierra que compartimos. Derrota que no le infligió un ejército bien entrenado, sino el coraje y la entrega del pueblo de Tenerife, que decidió no rendirse y plantar cara al invasor inglés.  Un imperio construido a base de guerra que no fue capaz de someter a la gente de a pie.

Y podría seguir con miles de adjetivos más y no me acercaría a describir la Gesta que tuvo lugar tanto tiempo atrás, la hazaña que jamás debería olvidarse…

Quizás por eso me cuesta tanto entender por qué gran parte de los asistentes no prestaba la atención que debía. Gente que se marchaba porque “ya sabía cómo terminaba” o que hablaba tanto durante la locución que pretendía relatar los hechos, que luego se extrañaban de que Nelson firmara la paz con un brazo amputado. Pero claro, como dijo una señora de verde a la persona que estaba a su lado “habrá firmado con la mano izquierda”.

Vergüenza es el único término que me viene a la cabeza cuando pienso en los descerebrados que se acercaban, cerveza en mano, a proferir gritos de “a por ellos, que son pocos y cobardes”, mientras unos dedicados hombres pretendían rendir homenaje a sus antepasados. Sentí vergüenza por los presentes que acudieron a escuchar pólvora estallando sin pensar un segundo en lo que se representaba y más vergüenza sentí al pensar que, viniendo de la isla de enfrente, yo me enorgullezco de lo que logró este valeroso pueblo mucho más que la mitad de los asistentes.

Cuando pienso en la gente que rechazó a Nelson, sé que por sus venas corría la misma sangre guanche que la Corona de Castilla tardó dos años en someter. Y doy gracias de que pelearan ellos y no los antepasados de la señora de verde o me estaría despidiendo con un “see you later”.

 

Daniel Romero Armas es un escritor novel, natural de Las Palmas de Gran Canaria y residente en la isla de Tenerife. Autor de  ‘Elton Thomas. Un Detective de Película’, su primera novela. Y a partir de ahora un miembro más de la familia de la Casa. Bienvenido a Canarias Cultura.