Con las primeras luces
del alba de mi insomnio,
te acercas y me pones
una mano en el hombro.

Entonces yo levanto
a tus ojos mis ojos
desde la blanca página
del poema.
Qué hondo
el instante.
Quisiera
asirlo, dejarlo todo
como está, para siempre,
y, libre del acoso
de mi cuerpo y del mundo
desvanecerme al fondo
del pasillo, saliendo
por el balcón del gozo
de ese momento eterno.

Como una luminaria
se quedaría solo
el poema en la mesa,
para que lo leyesen,
algún día radioso,
nuestra hija y sus hijos,
ramajes de nosotros,
los hijos de los hijos
del futuro remoto,
nuestra familia humana
que no sabrán el rostro
de la clara ceniza
que seremos nosotros,
ni la fuerza recóndita
que bullía, recóndito,
en los dos.
Ni el amor
que lo impulsaba todo,
desde el sueño a la luz
de ese poema solo
sobre la mesa.
Mientras,
viajeros del anónimo
navío de la muerte,
tú y yo nos alejamos
por el silencio cósmico.

‘Poema sobre la mesa’

Arturo Maccanti

Arturo Maccanti