Donde sonidos, palabras


Donde sonidos, palabras


Texto de José Brito López; fotografías de Víctor Muñoz Arocha;
edición y prólogo de Victoriano Santana Sanjurjo. Primera edición: noviembre 2014.
Beginbook Ediciones. ISBN: 978-84-943203-5-4. Depósito Legal: GC 994-2014


A comienzos de septiembre, a propósito de la presentación del último libro de Maribel Lacave y Constantino Contreras, el magnífico Insulares (cuentos al alimón), publicado por Mercurio Editorial en la colección Biblioteca Canaria de Lecturas, entre lo no poco que expuse y lo mucho que dejé en el aire, afirmé al público asistente a los dos eventos en los que se bautizó el referido título [Círculo Cultural de Telde y Casa-Museo Pérez Galdós] que la publicación de un libro era un acontecimiento excepcional en el día a día de las ciudades, como el nacimiento de un ser humano o el empadronamiento de un nuevo vecino. Si así no fuera, si el espíritu de evento significativo no pululase en el ánimo cuando ve la luz un objeto tan hermoso como un libro, si en nosotros y nuestros semejantes no anidase el profundo amor que sentimos hacia estas manufacturas, ¿tendría sentido que en nuestros calendarios haya un día dedicado a conmemorar la existencia de los libros?

Además de celebrar la llegada de un nuevo inquilino a la metafórica ciudad donde se custodia el patrimonio cultural de un colectivo y de comprar al recién llegado un “pisito” en nuestra biblioteca, también le decía a la concurrencia de los señalados actos que, desde la posición en la que me dirigía a ella (a partir de los cometidos que había asumido en la edición de Insulares), a la alegría de un nuevo libro debía sumar la de ser el padrino de una obra excelente, de un extraordinario título que regalará horas de estimulante placer lector, tanto estético como intelectual.

Con estos mimbres en el cesto de las argumentaciones expuestas entonces, te pregunto ahora: si me sentí feliz por el nacimiento de un libro, muy feliz por ser este un gran título y felicísimo por ser el padrino de la obra, ¿cómo me he de sentir en este momento que a las tres circunstancias debo sumar la de que en estas páginas hablamos de un volumen cuyo autor es alguien con quien he trabajado en otros campos de batalla creativos, alguien que me honra con su trato y afecto, alguien a quien admiro profundamente y enormemente aprecio?

Digo más: y si a lo apuntado [libro > buen libro > buen libro que uno edita > buen libro de una persona querida que uno edita] se le añade la honrosa coyuntura de que un servidor haga de San Pedro en las puertas del paraíso comprimido que representa este volumen, ¿cómo crees que me he de sentir ahora que esto con emocionado rubor te escribo? Sabes bien que podías no haber tenido nunca este libro en tus manos, que podías desconocer su existencia, que podías… [anota lo que consideres oportuno], pero lo cierto es que el hecho de que ahora, aquí y así estés frente a este prólogo con el que la vida, el azar y el afecto me han premiado, nos hace, por un lado, cómplices; y, por el otro, por la parte que me toca, me convierte en el ser más afortunado del universo; y si consideras que exagero, dejemos esta dicha en los márgenes de la Vía Láctea, sistema estelar-planetario arriba, sistema planetario-estelar abajo.

Nuestra complicidad se cimenta sobre aquello que, de manera indisoluble, nos une con este volumen: que los dos somos poseedores de este singular ejemplar que nos convierte en lectores singulares; y que alguien nos mira con este libro en las manos desde arriba. Volvemos nuestra vista hacia quien debe ser el receptor de nuestro agradecimiento por tanta singularidad: nuestro autor, José Brito López.

Desde mi natural simpleza, que me conduce a las asociaciones mentales fáciles, quisiera impregnar estas páginas prologales con palabras que fuesen a la lingüística lo que las notas de las oberturas son a las óperas wagnerianas: grandiosas, impactantes, “conmocionantes”…; mas, al amparo de lo que la naturaleza me ha dado y la ciencia me ha prestado, mi apetencia no puede ir más allá de pulsar alguna que otra oración donde deberían sonar las armónicas cuerdas; y, donde arrollan los míticos instrumentos de viento, dar cuerpo a un posiblemente lacónico párrafo.

¡Qué impotencia! ¿Cómo traducir lo que en el entendimiento se percibe como una explosión de júbilo por el nacimiento de esta obra? ¿Dónde se halla el nombre exacto de las cosas, como pedía Juan Ramon Jiménez a la “intelijencia”, si esta no se encuentra donde se la espera? Un libro ha nacido, un gran libro orbita en nuestras conciencias cognoscitivas, un gran autor nos ha regalado una porción de su cosmovisión… y yo, porque así lo ha querido la fortuna, me hallo en el trance de bendecir aquello que, por su razón de ser, me bendice; vamos, como un san Juan bautizando al Mesías en el Jordán.

Scriptor

Donde sonidos, palabras es el humilde paso que José Brito da para modelar bajo parámetros literarios aquello que ya forma parte de su canon como músico, por un lado; y, por el otro, como habitante de la gran ciudad llamada Mundo.

En la música, su consagración es absoluta, pues es un renombrado violinista, compositor, director, pedagogo… y, lo que es más importante pensando en su faceta creativa, posee unos sólidos principios en su quehacer musical que le permiten trazar la ruta por donde debe transitar el sonido que su entendimiento concibe. Este mágico acto de traducción entre la idea, que en su intelecto mana cual fuente de la eterna juventud, y el código musical se transforma luego en la perenne primavera en la que habita como uno de los mejores hombres que Apolo tiene en la actualidad bajo su égida.

Como ciudadano de la Tierra, nuestro autor es una fuerza de la naturaleza que ha surgido para reconfortar a sus semejantes y ayudarles a canalizar los cauces por los que fluyen los ríos que conforman sus estaciones vitales. Brito es un indagador de emociones, un humanista consciente de que su cosmos particular está configurado para que brillen los astros en el sentido donde solo es posible la creación de ambientes armónicos.

Es un creador de sensaciones, sin duda alguna; y la obra que nos ocupa es un inmejorable testimonio de ello. Donde sonidos, palabras es una sinfonía lingüística que bebe de las sonoras en la búsqueda de un conjunto donde todos los instrumentos emocionales deben seguir las pautas que determina la partitura de sus impulsos; mas, cuidado si piensas que se halla en este volumen un reemplazo, o un «en lugar de esto, aquello»… No, no. Aquí no se sustituye nada, aquí nada cambia por nada. Como la energía, aquí lo que hay es transformación. En este sentido, el libro que suavemente sujetas es un tramo más de su peregrinaje omnímodo: ahora son palabras; mañana, quizás, la imagen; más adelante, quién dice no, el lenguaje no verbal…

De una manera u otra, cada paso que da en esta vía del conocimiento global se torna en una manifestación de la gran deuda inspiradora que tiene nuestro autor con otros quehaceres: ¿acaso es ajeno al compositor el arte de las bellas letras cuando es conocida su afición lectora y sus inquietudes literarias?; ¿nos ha de extrañar que al célebre músico le guste la pintura cuando en sus métodos pedagógicos acude a los cromatismos como marca para exteriorizar sensaciones?; ¿dudamos de su gusto por el teatro cuando sabe cómo transmitir sobre un escenario aquello que supera los límites de las partituras y de la palabra? Si lo conoces bien, podrás seguir añadiendo preguntas del mismo tenor: ¿___________________?

En este apuntado débito, discurre el agradecimiento del autor por los dones que la madre-cultura le ha concedido en forma de revelaciones catárticas. Estas entregas se procesan en una suerte de estilo donde cabe detectar los juegos connotativos, que deben verse como un modo de gestionar las impresiones de los lectores; las metáforas, que transforman de manera mágica la realidad; y, sobre todo, los símbolos, que surgen en su poética del arte como una marca intemporal que sirve de referencia para que se fije en el imaginario colectivo un sello identificativo de complicidad. Este libro es un gran símbolo de lo que es José Brito y una representación de lo que es su ideario humanístico. Leyéndolo, leemos en su alma; entendiéndolo, podemos acceder al paraíso que nos ofrece. Como guardián de la puerta, fiel custodio de nuestros afectos y notario de sus hechos, de lo expuesto, doy fe…

Es esta misma fe la que me lleva a considerar que el acceso hacia Donde sonidos, palabras ha sido franqueado tras lo expuesto. En la entrada a este palacio literario, dos visiones inundan el espacio de la conciencia reclamando nuestra atención: por un lado, la disposición interna de los contenidos; por el otro, la que envuelve a esta desde la forma en la que nos es dada. En la primera, confluyen los sentidos de linealidad, circunferencia y balanza; evolución, perfección y equilibrio, o sea, orden, justicia… En la segunda, el envoltorio determina los sentidos propios de la intimidad y el recogimiento, que se identifican con el carácter poético de lo creado.

Intraliber

Las tres partes que componen este volumen se muestran, de entrada, como una línea evolutiva que se nos ofrece bajo el aspecto de símbolo de un camino ascendente del autor en la contemplación del hecho literario. El músico, el creador de armonías y melodías, llega a la escritura depositando su navío de pentagramas en las celestiales costas de los poemas. Son estas composiciones los vestigios reminiscentes de su condición de marinero con lira. Los versos no se anclan en el canon de las rimas, ni las estrofas son deudoras de ninguna atadura a los preceptos retóricos, salvo la sumisión a la finalidad de ser las notarias líricas de unos hechos que no deben ser olvidados de cualquier manera. De esta espuma creativa, surge Caelum.

Tras los versos, Terrum, el espacio de las prosas, el terreno del historiador que narra los hechos desde la veracidad, al tiempo que no prescinde de ese rol de literato que, desde la verosimilitud, le permite contar aquello que considera bello al entendimiento y que debe quedar atado al mismo colectivo que ha asumido la simbología de Donde sonidos, palabras.

Por último, los pensamientos; esa manzana que, mordida, nos revela la ciencia: el Abyssus. Es este el inevitable, completo y firme proceso que conduce al creador a cerrar la evolución lineal de su cosmovisión. Lo hace conjugando el lirismo del verso con la sentencia de la prosa. De esta manera, accede al estadio donde se sitúa la inmutabilidad de las ideas que se han de ubicar en su particular imaginario de la eternidad.

Desde la perspectiva lineal, todo es progreso, avance, movimiento…: la tercera parte evoluciona desde la segunda; esta, desde la primera; y la primera se formaliza a partir de la conciencia humanística propia de quien reconoce que el centro del universo es el hombre. En el principio, el escritor; hacia el final, el escritor, también; y, en medio, el testimonio de su inmortalidad, su obra, su pirámide.

Poco a poco, vamos percibiendo cómo la línea evolutiva, que nuestra condición de occidentales nos dibuja en un trazo horizontal que va de la izquierda a la derecha, se torna con las relecturas en circunferencia. De esta manera, el punto de partida es el de llegada. En el ambiente de nuestro ánimo, surge la idea del eterno retorno; pero no con la percepción destructiva que planteaban los estoicos, sino con la propia del mito que representa el fénix y que se corporeiza en la concesión antropológica [por extensión, humanística] al remedio de los errores, puesto que, como reza un, a mi juicio, acertado aforismo latino: Errare humanum est. Si el errar se ve como una irremediable cualidad humana, lógico es que un defensor del hombre lo conciba como parte de su cosmovisión.

El renacimiento así contemplado, ese volver a surgir de las cenizas que determina el señalado mito, es la concesión a una segunda oportunidad que los humanos nos damos con el fin de remediar las espinas del camino sobre la esperanza de que los nuevos pasos serán sobre pétalos. Y siempre es una segunda oportunidad, aunque sea la septuagésimo novena. Da lo mismo. Lo importante es que si la primera fue un «no», la segunda será un «sí»; y si esta fuera de nuevo un «no», sabemos que habrá una nueva segunda que debería ser un «sí»; y si…

Esta impresión circular se consolida en Donde sonidos, palabras cuando la linealidad inicial traspasa el umbral  de las primeras lecturas y somos capaces de percibir una secuencia que nos lleva a retroalimentar el mensaje de nuestra obra: tras el abismo, el cielo; tras el cielo, la tierra; tras la tierra, el abismo; tras el abismo, el cielo… Ayer concebimos la tierra, hoy vivimos en el abismo, mañana todo será cielo… Así se escriben los renglones de la esperanza. Y estos solo pueden ser compuestos por aquellos que creen realmente en el hombre y en su capacidad para levantarse, cual Sísifo, para portar la piedra de su existencia hacia la cumbre de su condición.

¿Es razonable ahora que se pueda plantear la más mínima duda sobre el inmenso espíritu humanista que, como una beatífica aureola, ilumina el pensamiento y los andares de José Brito López?

Aunque mi lectura fije un trazado del contenido que va de la línea a la circunferencia; hay una tercera disposición que surge cuando cambiamos la proyección de la luz sobre nuestra conciencia lectora. Los tres movimientos emocionales que componen Donde sonidos, palabras nos conducen por sus títulos (Caelum, Terra y Abyssus) a plantear un universo equivalente al compuesto por Dante en su Divina comedia con el Cielo, Purgatorio e Infierno como espacios metafóricos; aunque en realidad, y sin salirnos del propósito simbólico de estas páginas, se trata de una lógica inclinación hacia la sensación de orden que representan las secuencias impares, sobre todo las que reflejan una tríada, donde hay un centro que sirve para equilibrar el peso de los extremos. Así, pues, la nueva forma consolida una nueva percepción en la que los contenidos se hallan en el mismo plano, generando así una simetría presidida bajo un concepto tan humanista como es el de justicia.

El sentido de balanza determina que todo (el caelum, la terra y el abyssus) es esencial para que la concepción del universo sea completa y posible. De este modo, sin que haya un propósito explícito, rinde nuestro autor un homenaje a cuantos desde el arte, la ciencia, las letras, etc., han hablado sobre este todo desde los mismos orígenes del hombre. Llegamos así a la conclusión de que el misterio insondable del universo no lo representa el hacernos una idea de sus límites si existen y, en caso afirmativo, qué hay más allá de estos, sino cómo más acá, durante miles y miles de años, cientos de miles, millones, nuestros corazones y nuestro entendimiento han seguido patrones comunes con independencia de nuestras condiciones vitales.

He aquí una de las virtudes más importantes del título que nos convoca: que una experiencia personal como la que aborda José Brito sea exportable a cualquiera de nosotros; y si me apuran, a cualquiera de los que han vivido antes que nosotros, y nos podemos remontar perfectamente a los mismos principios del hombre; y si me siguen apretando, llegados a este punto, a cualquiera de los que nos han de suceder y, con este libro en sus manos, afirmen las verdades del que será para ellos libro milenario.

Extraliber

Todo lo expuesto se encierra en el cofre de un libro cuyo tamaño es relevante para su significado. El que se pueda guardar y portar con facilidad nuestro volumen concede al lector la posibilidad percibir en Donde sonidos, palabras dos estímulos adicionales a los que ya posee: por una parte, el concepto de intimidad, pues nada puede connotar más privacidad que aquello que puede ser dispuesto exclusivamente por uno para uno; por la otra, la sensación de que la presencia del libro es permanente y que esta encierra una voluntad explícita de cumplir con el cometido para el que fue compuesto, como los misales de siempre o las novelas pastoriles que en el siglo XVI envolvieron las almas de cortesanos y damas.

El tamaño de nuestra obra sirve para representarla como un susurro íntimo que se comparte con la percepción de que en todo el universo solo existen el emisor y el receptor; y así deben ser leídas estas páginas. Su lectura debe espolvorearse en el tiempo, contonearse en el ánimo y modelarse en el entendimiento. Tienes toda tu vida para terminar de leer este libro y situarlo en el jardín donde florecen los geranios de lo que no debe ser olvidado.

Verás cómo se empequeñecen más y más los límites de este volumen con su lectura. Cada día, tras cada verso, sus dimensiones se irán reduciendo hasta que sientas que ha desaparecido de tu mesilla de noche, del sillón donde lees con frecuencia, de tu lugar para aislarte del mundo… Cuando eso suceda, no te asustes. En realidad, el libro no ha desaparecido, es que se ha adherido a cada poro de tu piel y ya forma parte de tu organismo, nutriendo cada célula que te compone con el símbolo de estas palabras que, excepcionalmente, ocupan el lugar de los sonidos.

El sonido de las presencias

Donde sonidos, palabras ya se ha ubicado [quizás más mal que bien por la inevitable culpa de mi verbo trasnochado] en la órbita que traza el camino triangular, el que vinculan al autor con su obra, su obra con el lector y, por extensión, el lector con el autor. El triángulo [de nuevo el tres], además, ha sido situado en la trayectoria espacial de los objetos (se toca, se palpa…). Para rematar mi pétrea función [ego sum Petrus], nos resta colocar la joya que nos convoca en el preciso tramo temporal que, como si de un prisma se tratase, tiene como punto transformador de la luz blanca en colores la mágica jornada del 25 de noviembre de 2014.

No son ahora las llaves que abren las puertas del paraíso las que te muestro, sino el marco y la puerta misma. Mira a tu izquierda. A ese punto infinito que se halla a tu izquierda. ¿Lo ves? Aquel punto de luz blanca comenzó a brillar un 27 de diciembre de 2012, en la presentación del tomo 1 de la Obra esencial Francisco Brito Báez, que editamos José Brito López [sí, sí, el mismo autor del volumen que nos une], Rafael Sánchez Araña y un servidor. En aquella maravillosa jornada, conocí al tercer nombre de este libro [¿ves?, otra vez el tres] tras el de su autor y el de quien esto te escribe con indescriptible gusto: Víctor Muñoz Arocha.

Aquel día, en mi ánimo se compuso la idea de que “algo” debíamos realizar los hacedores de sonidos, el que hace lo propio con las imágenes y el que lo pretende con las palabras.

La luz blanca, en su devenir, nos condujo a un bello proyecto que se resolvió con un mal natalicio o una buena muerte, que en esto, como en todo, autores hay que dirán una cosa o la otra. Una hermosa iniciativa nos iba a vincular a todos en torno a un homenaje libresco que pretendíamos rendir al célebre Antonio Padrón: las palabras venían de Rosa María Martinón; Muñoz aportaba la imágenes; Brito firmaba la música; la edición de las partituras era de Sánchez y la del volumen en su conjunto de un servidor. Por no sé cuántas razones que callo —mas no sé hasta cuándo, pues no son pocas las que el mismo diablo me da para soltar la lengua—, la industria editorial concebida bajo la denominación de Querencias. El sonido de la ausencia no salió adelante, a pesar de que el libro se hizo, existe, está listo para ser llevado a la imprenta…; y la música que custodian las partituras se grabó en diciembre de 2013.

Por eso, esta publicación que tienes en tus manos se muestra en mi ánimo como el principio de muchos haces de luces más que nos deben vincular a partir del 25 de noviembre de 2014. Estas mismas páginas pueden servir de contrato para el compromiso. La zozobra por el naufragio de Querencias ha pasado. El cielo se ha despejado y, sin que hubiese un explícito propósito para ello, Donde sonidos, palabras nos ha permitido vislumbrar una nueva ruta que deberá llevarnos a la fijación de nuevos caminos creativos en los que podamos confluir el hacedor de sonidos, el de imágenes, el componedor de palabras… y tú, por supuesto. Este libro es el principio, uno de los tantos principios que, contigo, haremos nuestros.