Permítanme que me centre en la vida y obra de Jane Millares Sall -por alusiones- para objetar sobre la exposición cancelada por el Gobierno Canario por la escasa presencia de artistas mujeres (sólo 3). Además, conozco a Jane, puedo hablar de su vida y su obra, sin que ello suponga que no haya otras cuyas obras merezcan ser expuestas en este tipo de muestras, obras de arte realizadas en una lucha desigual frente a todo tipo de impedimentos, o prohibición silenciosa que se mantiene hasta la actualidad pero que daña a las artistas, científicas, pensadoras… A las mujeres en definitiva.
Francamente, no escribo por responder a los comisarios de la exposición. En realidad, me importa un bledo que el señor Castro Borrego -y otros expertos- no incluya a Jane Millares Sall en sus publicaciones, o que no figure en la selección de la colección de la Biblioteca de Artistas Canarios. Tampoco que fuera excluida en la exposición Pintura y poesía. La tradición canaria del siglo XX, comisariada por este señor y Andrés Sánchez Robayna. El propio título muestra el objeto del arte como tradición o más de los mismos… La visión de la tradición artística desde un sesgo muy androcéntrico. Y como casi siempre, en una exposición oficial.
Sin embargo, debo denunciar que, sea catedrático o analfabeto, falte al respeto o trate despectivamente a cualquier persona -especialmente a los colectivos socialmente desfavorecidos, como el de la mujer- y menos cuando desconoce a la artista por una visión sesgada o cómoda -¿de oídas?- de la cultura canaria. Sobre todo si, encima, se arroga la capacidad para determinar quién tiene nivel o no en el arte canario. Una muestra de exceso académico que se traslada a publicaciones de carácter institucional para sostener la terquedad androcentrista en el arte canario.
Y digo esto porque todavía esperamos de los comisarios y del Gobierno de Canarias las excusas o explicación pública ante tal exabrupto al negar el nivel de la artista y compararla con uno de los artistas de más prestigio en el mundo que, casualmente, es su propio hermano, Manolo, quien creía profundamente en sus valores y lo decía reiterada y abiertamente, con su brutal sinceridad. Pero no sólo no ha habido una rectificación sino que se amparan en la libertad académica. Yo no la critico, pero sí quiero señalar su visión inequívocamente androcentrista.
Por ello, creo que no basta con suspender la exposición, aunque considero innecesario destruir el catálogo de la misma porque por el mismo criterio se podría tirar casi todo lo publicado hasta ahora. Creo que hemos de aprovechar el debate abierto -se lo debemos a todas las artistas- para demostrar que existen prejuicios y silencio, mucho silencio, sobre la mujer en los estudios de arte (cuestión no exclusiva de las Islas Canarias).
Y para muestra, me refiero a uno de los pintores de la citada exposición, el extraordinario Jorge Oramas (1911-1935). En 2001 se mostró su obra en el Museo Nacional Reina Sofía en Madrid, donde destaca como «ejemplo de artista al que la brevedad de su existencia impidió continuar una prometedora obra que ya destacaba por su innovación en sus primeros pasos». La exposición incluía obra de Alfonso Ponce de León, otro artista de carrera breve al fallecer en 1936, a los 29 años. Los dos merecen figurar en la escena artística de las primeras décadas del siglo XX español.
Oramas apenas realizó setenta obras entre 1932 y 1935, en su gran mayoría paisajes cargados de luminosidad, de «metafísica solar». Fue atendido de su enfermedad mortal por el médico y coleccionista Rafael O’Shanahan al que debemos el conocimiento de su obra. Participó en la Escuela Luján Pérez con la generación indigenista grancanaria: Felo Monzón, Santiago Santana, Juan Ismael, Plácido Fleitas, Eduardo Gregorio y otros. Oramas era barbero y prototipo del trabajador de origen humilde con inquietudes artísticas. A pesar de su corta vida artística -casi de etapa de aprendizaje-, se conoce su trayectoria, pero se desconoce la de las mujeres artistas de la época y, lamentablemente, se mantiene ese silencio.
Relaciono este caso con el de Jane Millares por similitudes. Niña en una familia represaliada por el régimen fascista, vio a los ocho años cómo su padre sufrió la depuración política de su cátedra y su hermano fue llevado a un campo de concentración. La familia tiene que exiliarse a Lanzarote mientras su tío Agustín Millares Carló, sus tíos abuelos José Franchy Roca y Encarnación Millares Cubas, y su primo Jorge Hernández Millares parten al exilio en Suramérica. A los 14 años, su hermano Sixto (1922-1942) fallece de tuberculosis por deficiente alimentación: por hambre. La misma carencia que padeció la niña que fue enviada por su madre (con dolor desgarrador) a casa de una de sus cuñadas para evitar lo peor con su hija, la primera hembra tras seis varones. Por el mismo motivo, el hambre, Dolores Sall permitió que su hija se casara a los 16 años (aunque la elección fue un acierto, salvo en lo económico). Su esposo era íntimo amigo de sus hermanos, un periodista en la dictadura, una profesión de escasas ale-grías y bajísimos ingresos, un comunicador que divulgó al mundo en 1959 el proceso y ejecución de Juan García Corredera como corresponsal de United Press International, lo que le costó el empleo.
Jane, aquella niña sin apenas infancia, vivió y creció, aún después de casada, en el ambiente cultural familiar, una comunidad autodidacta a la fuerza, rodeados de música, lectura, pintura y creación colectiva con revistas y cómics realizados por ellos a mano. Luego vendrían las publicaciones de insistencia o resistencia cultural con Juan Manuel Trujillo, Ventura Doreste y Rafael Roca: Arca, Los Dioscuros, Cuadernos de Poesía y Crítica, Colección para 50 Bibliófilos, Antología Cercada y Planas de Poesía, cuyo último libro con poemas de José Luis Junco, Alba en el surco (1951), fue ilustrado por Jane. La revista fue secuestrada en ese momento por orden gubernativa y sus hermanos, Agustín y José María, detenidos y censurados durante una década. Jane tenía 23 años. Tres años antes presentaba unas esculturas en barro a la Bienal de Bellas Artes del Gabinete Literario. En 1955, realiza su primera exposición. Probablemente la primera en solitario de una artista en Canarias.
Pero no sólo se forma en su ambiente familiar con sus hermanos y hermana. También compartió amistad con los/as artistas de la Escuela Luján Pérez que fuera fundada por Domingo Doreste (Fray Lesco) y su tío Juan Carló. Allí conoció a los mismos artistas que Oramas, y entabló una profunda amistad con Felo Monzón y Merceditas y otros, así como con Baudilio Miró Mainou y Carmina, con quienes compartió experiencias y técnicas para trabajar sin dinero para lienzos, pinturas o el simple papel. Por ejemplo, Felo le ayudó a usar sacos de papas como lienzos para sus óleos logrando obras que 67 años después continúan en perfecto estado. También fue amiga del médico Rafael O’Shanahan, quien presentó su exposición en el Museo Canario y reconoció a la artista, al igual que lo hacen Luis Benítez Inglott, Ventura Doreste, Pedro Perdomo Acedo, Manuel Padorno, Luis Doreste Silva, Gala de Reschko (impulsora de la revista Mujeres en la isla), Guillermo García-Alcalde, etc. etc. etc.
«…Esto es todo, Jane Millares. No sé decir nada más. Se me traba la lengua como un borracho. Pero de tí dirán mucho más los más abiertos que yo a toda la ternura del mundo. Ya no hay palabras. Mi juego se convierte en nube. Quedas tú, enmedio de una sala. Uno tras otro tus dibujos se encadenan y amarran, son como estampas, historia de toda nuestra vida. Luego tus óleos como gaviotas erguidas, suaves, dulces. La palabra habitante es tuya. Mío es ese mundo tuyo que nos tiendes». Manuel Padorno ( Diario de Las Palmas. 12 de octubre de 1959). El 19 de octubre sería ejecutado Juan García El Corredera, a quien Jane dedica su cuadro Garrote vil.
El reconocimiento de la crítica fue ratificado por el premio Conjunto Obra en la Bienal de Arte del Gabinete Literario (1964). Su vida fue una sucesión de exposiciones siempre novedosas en técnicas y contenidos. Una constante producción que combinaba con sus demandas de libertad en la dictadura. Un papel que pocos asumieron pero que Jane nunca rehuyó a pesar de las amenazas en la fachada de su casa o la presencia de grises en la puerta cuando celebraba reuniones con amigos.
La aportación de Jane sobrevivirá a esta etapa de invisibilidad de las artistas gracias a su obra y a estar documentada, pero para escarnio de esta sociedad su figura no es reconocida y por tanto desconocida, pese a ser una artista con «una excepcional carrera que dura toda su vida y con una personalísima producción, que la convertirá en una de las creadoras más originales de la segunda mitad del siglo XX en España» (Laura T. G. Morales, autora de la Tesis Doctoral sobre Jane). «La increíble Jane» según Felo Monzón es también la artista plástica de la saga Millares Sall, un grupo que conforma una vanguardia artística con proyección internacional (¿Para cuándo una exposición sobre esta realidad?).
Como Jane, numerosas mujeres han desfilado silenciadas por la historia que, sesgada por el machismo, las omite como parte de la gran empresa colectiva del arte; así como su compromiso con la sociedad, a sabiendas que esa misma sociedad consideraba y considera que una mujer no tiene nivel.
Por ello pensemos qué diferencia hay entre el nivel de las setenta obras de prometedora carrera de Oramas y los centena-res de cuadros, o los premios y reconocimientos -de las mismas personas que admiraron a Oramas, y muchas más- que recibe Jane. ¿No deberían los investigadores desentrañar estas cuestiones y no repetir esquemas machistas de la historia del arte ya rechazados?
Y vuelvo a la pregunta que planea en todo este texto ¿por qué no figura Jane Millares en la «tradición artística de Canarias del siglo XX»? Creo que por la falta de estudios e interés en las universidades y las instituciones sobre el papel de la mujer en todas las facetas.
Casualmente estos días se rescata a varias artistas del expresionismo abstracto: Lee Krasner, Elaine Kooning, Perle Fine, Michael West, Alma Thomas, Joan Mitchell, Mary Abbot, Jay de Feo, Sonia Guetchoff, Grace Hartigan, Judith Godwin… Más de 40 y 60 años silenciadas por la devastadora visión androcentrista del arte. Y también leo hoy la necrológica de Linda Nochlin, la historiadora del arte que planteó en 1970 la pregunta genuina: «¿Por qué no ha habido grandes mujeres artistas?» en los cimientos de la Historia del Arte. Aquí tenemos la respuesta.
Fantástico artículo y, desgraciadamente, muy certero.