Logotipo de Barrios Orquestados

Soy el último. El que ha de cerrar este libro, aunque no lo parezca estando situado donde me lees. Cuando ponga el punto final a este preliminar que mi admirado José Brito me ha pedido, entregaré a mi no menos admirado Jorge A. Liria cuanto tienes en tus manos. Él hará cuanto sea necesario hacer para que sea una realidad tangible el tesoro que contiene este tomo.

Soy el último, sí, hoy, ahora; y, al mismo tiempo, tengo la sensación, la gratísima sensación, la embriagadora sensación, de estar entre los primeros cuando se trata de Barrios Orquestados. Quizás porque en abril de 2012 vi nacer la iniciativa, o casi, pues por entonces empezábamos a hablar el citado José Brito, Rafael Sánchez Araña y un servidor de un proyecto editorial —la obra esencial de Francisco Brito Báez— que, a finales de ese año, el 27 de diciembre, se materializó con el primer tomo, dedicado al Stabat Mater. En nuestras numerosas conversadas, Barrios estuvo siempre muy presente, muchísimo; no en vano, el 30 de noviembre, en el Paraninfo de la ULPGC, se presentaba el proyecto a través de un concierto-clausura del curso piloto iniciado en el barrio de Tamaraceite.

Quizás porque al año de haberse puesto en práctica el proyecto sociocultural publicamos El cenicero, seis narraciones compuestas por familiares del alumnado de Barrios Orquestados que habían participado en un taller de “Creación narrativa libre de los padres” adscrito al área de sensibilización musical que promueve la iniciativa. Quizás también porque un año más tarde revisaba uno de los gérmenes del libro que ahora nos convoca: un trabajo académico de José Brito intitulado Barrios Orquestados, el aprendizaje exocéntrico como instrumento para la mejora académica y social de una comunidad educativa, mientras preparaba la edición de su Donde sonidos, palabras y veía nacer El número sonoro y Formación instrumental I. Quizás porque, doce meses después, hablamos de un barrio para Barrios, con su callejero por índice, que contribuyó, a su manera, a consolidar la idea de que el libro que tienes en tus manos debía realizarse en algún momento. ¿Recuerdas, hermano, esto que anoté en el “plan urbanístico” propuesto para ese libresco lugar?

Mi barrio es pequeño, pero sus vecinos son muy grandes. En mi barrio, todas las calles tienen nombre de canciones: “Mis primeros pasos”, “Estrellita”, “Canción de Oriente”, “Lego Diego”, “Danza del siglo XVII”, etc. Esto hace que en mi barrio todos los días haya música, lo que convierte a mi barrio en el más feliz de cuantos barrios existen, pues dicen que, donde hay música, nada malo hay. Y si no hay nada malo, entonces todo es bueno. ¿No te parece?

Mi barrio tiene una gran plaza con un magnífico monumento que lleva una placa bañada en oro. En ella se puede leer lo siguiente: «A todos los que han hecho posible que nazca y se desarrolle este barrio». Siempre que pasamos por la plaza, damos las gracias a esos “todos”, pues han hecho que nuestro barrio sea tan especial y mágico.

Nosotros vamos a la escuela, que tiene varias aulas. A todas las llamamos por un nombre: Cédula Tamaraceite, Cédula Jinámar, Cédula del Risco, etc. Como se vive tan bien en mi barrio, cada vez tenemos más vecinos; lo que ocasiona que la escuela aumente el número de aulas.

También tenemos una bonita biblioteca. Su nombre es: “El número sonoro”. Nos gusta estar allí porque aprendemos muchas cosas: educación física, hábitos de estudio, instrumentos… De una manera u otra, gracias a la biblioteca hemos aprendido a querer más a nuestro barrio.

Bueno, gracia a la biblioteca y gracias, también, al Museo de Barrios Orquestados. Un pequeño edificio de tres plantas donde se cuenta cómo surgió el barrio, por qué, cuándo, etc. Es un lugar muy interesante. Seguro que, con la vida que tiene nuestro barrio, terminará convirtiéndose en un enorme edificio.

Hay una asociación de vecinos. Asisten a ella nuestros padres, los profes, los amigos de los profes —que son muy interesantes— y nosotros, claro. Al fin y al cabo, nosotros también somos vecinos, ¿no?

El lugar más serio de nuestro barrio es el templo ecuménico. Allí van todos los vecinos para recordar el sentido que tiene nuestro barrio y cómo tenemos que actuar para que la convivencia no se rompa. Afortunadamente, a todos nos parece bien lo que nos dicen y actuamos como buenas personas. Por eso, en mi barrio no hay policías ni jueces.

Tenemos una oficina municipal. Es un local pequeñito donde van los nuevos vecinos a empadronarse y donde se atiende a los vecinos cuando quieren dar sugerencias o participar de manera activa en la vida del barrio.

En nuestro barrio hay muchas tiendas. Allí vamos todos a adquirir lo que nos falta. En ellas se ofrece de todo: Arístides Moreno, Jabicombé, Efecto Pasillo, etc.

Por último, ya dije que nuestro barrio es pequeño, tenemos un polideportivo. En él mostramos a nuestros vecinos y a cuantos quieren vernos qué es lo que hemos aprendido en la escuela. Nos emociona participar en la fiesta anual del barrio, que es a finales de noviembre, porque sentimos que formamos parte de una comunidad que puede parecer pequeña, pero que es muy grande, grandísima…

Quizás porque… Quizás, en suma, porque he tenido el privilegio de contar con el cariño de José Brito el Admirable, quien, de una manera u otra, me ha concedido el honor de hacerme partícipe del hermoso universo que encierra Barrios Orquestados a través de la lectura de numerosos textos que ha compartido conmigo y sobre los que hemos hablado y no poco, por cierto: textos sobre reconocimientos recibidos, textos sobre iniciativas, textos sobre intervenciones, textos sobre momentos plácidos y textos para los ingratos instantes; textos sobre y para, para y con, con alegría y esperanza, con humildad y sentido común, con espíritu constructivo y firme ánimo… Textos, párrafos, oraciones, palabras que han convertido en mi intelecto a Barrios Orquestados en una experiencia singular, pues he configurado su realidad a través de la lectura y la escritura antes que a partir de lo escuchado o hablado.

Siete largos años de palabras impresas contribuyen a que me sienta como aquel que, sin ser protagonista de nada, estuvo (llevando el agua, trayendo folios, colocando sillas, haciendo recados) cuando nacieron grandes asociaciones que, a día de hoy, somos incapaces de imaginar disueltas, pues no concebimos un mundo sin ellas. Me siento como si hubiese estado cerca de Henry Dunant cuando fundó el Comité Internacional de la Cruz Roja en 1863; o como el que, sin saber muy bien cómo, estaba en la misma sala cuando se decidió, en 1946, bajo el paraguas de la ONU, la creación del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia; o como aquel que vio salir en barco, en 1971, a sus vecinos vancouveritas (los Stowe y los Bohlen, junto con Zoe Hunter y Paul Cote), que tenían el propósito de plantarse en el archipiélago de Amchitka para impedir una prueba nuclear estadounidense, dando así pie al nacimiento de Greenpeace; o como el redactor del Tonus que, en una sala del semanario, en diciembre de ese mismo año, presenció el nacimiento de Médicos Sin Fronteras. Así me siento yo con Barrios Orquestados.

Soy un privilegiado testigo de algo que, de una manera u otra, nos convierte en mejores personas porque nos dota de un motivo para la esperanza; una esperanza que se asienta sobre los bellos pilares que representan vocablos como: “convivencia”, “igualdad”, “solidaridad”, “progreso”, “creatividad”, “libertad”, etc. Si aceptamos que un mundo mejor es un mundo feliz, hemos de concluir que Barrios Orquestados contribuye a que ese mundo feliz sea una posibilidad.

En un mundo ideal, la Cruz Roja, Unicef, Greenpeace, Médicos Sin Fronteras y Barrios Orquestados no deberían existir. En un mundo ideal, las desigualdades, las guerras, la insolidaridad, la incultura… todo cuanto combaten estas maravillosas asociaciones no existiría; pero como ese mundo ideal no existe, necesitamos que estos grupos existan porque, dentro de lo que es un universo relativo, permiten mejorar aquello que es mejorable y, en consecuencia, dar cierta felicidad donde habitaba la infelicidad.

Por eso, la iniciativa encabezada por el gran José Brito ha logrado enraizarse en la intrahistoria de Canarias, ya es nuestra, ya nos pertenece, ya forma parte de nuestra cosmovisión; y presto lo hará, camino de ello va con paso firme, en esa anhelada historia de Canarias que debe ser tomada como modelo de superación, integración y progreso ciudadano.

¿Que qué falta para llegar? Más apoyos por parte de quienes pueden contribuir a acortar los plazos para que sea posible el acceso a esa mentada historia: las instituciones públicas y privadas. Los colaboradores particulares empujamos, aportamos lo que podemos, sumamos y configuramos una suerte de conciencia colectiva sobre el valor que para nosotros atesora este proyecto; pero sabemos que tendríamos que ser varios miles para conseguir aquello que los colaboradores públicos y privados logran de una sola vez.

Nadie sobra. Unos y otros lo sabemos. De lo que se trata no es de reemplazar, sino de amplificar, aumentar, generar, potenciar… nuevos espacios donde sea posible extender las virtudes de Barrios Orquestados a nuevos usuarios, y hacerlo de la manera más rápida posible. ¿Por qué? Porque hace falta. Porque Barrios Orquestados es una iniciativa necesaria. Porque no nos podemos permitir el lujo en Canarias y, por extensión, en muchos otros lugares fuera del archipiélago, de que un proyecto como este desaparezca o quede mermado.

De todo esto va este libro, de cómo Barrios Orquestados ha pasado de ser una hermosa idea a convertirse en una realidad hermosa; de cómo un día brilla una luz y, poco a poco, un año, dos años, tres años… siete años, la energía que la alimenta se transmite, se comparte, se reparte, se da y genera muchas otras luces; luces que iluminan el camino hacia ese mundo mejor ya apuntado. De todo esto va este libro, repito; pero no solo de esto, puntualizo.

La labor social que representa Barrios Orquestados es deudora del método educativo, singular y efectivo, que se ha implementado para su desarrollo. El método, producto de una honda reflexión y una prolongada experimentación sobre cómo enseñar música, en general, y cómo manejar instrumentos de cuerda frotada, en particular, que ya era útil y exitoso antes de Barrios Orquestados, adquiere en este volumen su consagración, pues se ha revisado a fondo para que, de la mejor manera que sea, pueda ser difundido y compartido.

Este libro, pues, habla de un método educativo musical: de cómo es, de cómo y por qué se lleva a cabo, de quiénes lo hacen posible, de dónde se pone en práctica y de cuáles son los resultados de su implantación. Todo esto se concentra bajo la denominación “Barrios Orquestados”, y todo esto surge gracias a esa fuerza de la naturaleza, como lo definí en una ocasión, que ha surgido para reconfortar a sus semejantes y ayudarles a canalizar los cauces por los que fluyen los ríos que conforman sus estaciones vitales: José Brito, el indagador de emociones, el humanista consciente de que su cosmos particular está configurado para que brillen los astros en el sentido donde solo es posible la creación de ambientes presididos por la armonía en su más amplio sentido.

Soy el último, sí, hoy, ahora; pero bajo la majestuosa sombra que proyecta el autor del tesoro que tienes en tus manos, José Brito el Armónico, ¿cómo no voy a tener la sensación, la gratísima sensación, la embriagadora sensación, de estar entre los primeros?