El cuadro de Néstor de la Torre encabeza la sala del mito en la cartografía del imaginario canario comisariada por Fernando Castro y Andrés Sánchez Robayna

 

El Jardín de las Hespérides

La exposición Pintura y poesía: la tradición canaria del siglo XX, producida por el Gobierno de Canarias, permite por primera vez al público canario ver el cuadro de Néstor de la Torre El Jardín de las Hespérides, que encabeza la sala del mito, punto de partida de la muestra en la que los catedráticos de la Universidad de La Laguna Fernando Castro Borrego y Andrés Sánchez Robayna presentan una cartografía del imaginario artístico canario. El cuadro podrá visitarse en TEA Tenerife Espacio de las Artes, en la capital tinerfeña, hasta el 15 de octubre.

El catedrático de Historia del Arte de la ULL Fernando Castro explica que Néstor Martín Fernández de la Torre, Néstor, realizó El Jardín de las Hespérides por encargo del empresario catalán Josep María Roviralta para la decoración del Salón de Fiestas del Gran Casino Internacional de Barcelona, también conocido como Sociedad El Tibidabo. La obra es la única pieza que ha sobrevivido a los avatares del tiempo entre las que formaban parte de una composición constituida por cuatro paneles sobre tabla de grandes dimensiones. Al disolverse esta sociedad, se desmontaron los paneles y solo se ha podido recuperar el que ahora puede visitar el público de Canarias en TEA.

A juicio de Castro, «es invaluable la oportunidad de contemplar una obra que no se había vuelto a exhibir desde que se presentó en la Sala Parés de Barcelona en marzo de 1909, antes de ser instalada en el Casino de Barcelona». Esta ocasión es, por tanto, única en muchos sentidos: la primera vez que esta obra se exhibe en Canarias y lo hace presidiendo una sala en la que se propone una reflexión sobre los símbolos que pueden constituir el imaginario de Canarias a partir de las aportaciones de la pintura y la poesía hechas en las Islas en el siglo XX.

«Para Canarias, este mural no tiene la misma significación que para Cataluña –afirma el historiador– pues, de todas las localizaciones de este territorio legendario (El Jardín de las Hespérides), las Islas Canarias son la más recurrente, como reconoció Umberto Eco en su libro Historia de las tierras y los lugares legendarios, de 2013».

«Este mito determina todo el desarrollo ulterior de la poesía y el arte de Canarias, en un sentido afirmativo y hedonista o en un sentido crítico», explica Castro, que detalla al señalar que «el regionalismo optó por el primero y las vanguardias, por el segundo. La cultura del turismo es también una derivación inconsciente y materialista del mismo».

Néstor es un autor profundamente influido por la poesía, por lo que sirve de síntesis de lo que encontraron Castro y Sánchez al sumergirse en las tareas de preparación de esta exposición. Los comisarios partían de que la integración de pintura y poesía está basada en «la pasión por la imagen», según ha señalado el catedrático de Literatura de la ULL Andrés Sánchez Robayna, pero, además, encontraron que «esta es una relación muy fecunda en la creación en el Archipiélago desde el principio del siglo XX», tanto en las relaciones entre los creadores como en el mundo simbólico compartido.

La composición completa de Néstor para la sociedad catalana estaba inspirada en el poema L’Atlantida de Jacint Verdaguer. La obra ilustra el conocido mito helénico del jardín de manzanas de oro que custodiaban siete doncellas (o tres, según otras versiones) del mismo nombre, con la ayuda de un temible dragón. La ubicación de este territorio mítico se hallaba, en todos los textos antiguos, al pie del monte Atlas y para llegar a él había que atravesar las Columnas de Hércules. «El fruto de estos árboles garantizaba la inmortalidad, lo cual no es extraño pues cerca de este jardín se hallaba la isla de los Bienaventurados (Macaronesia), cuyos habitantes gozaban de dicho privilegio», subraya Castro.

La versión de Néstor sitúa en primer término al grupo de las siete doncellas, una de las cuales sostiene la correa de un dragón que se divisa tras ellas en un plano inferior. De las copas de los árboles caen, como si fuese una lluvia de oro, los frutos de la inmortalidad, al fondo se divisa la silueta azul del monte Atlas, «curiosamente semejantes a la del volcán Teide. El litoral sinuoso indica que nos encontramos en un territorio insular donde el mar es omnipresente», destaca el catedrático de Historia del Arte.

Las muchachas bailan una danza que recuerda la imagen celebérrima de uno de los grandes cuadros del renacimiento italiano, La Primavera de Boticelli, pintor que influyó poderosamente en la estética de los prerrafaelistas ingleses. Castro se detiene en este punto para recordar que Néstor pintó este cuadro entre 1908 y 1909, cuando «solo contaba con 21 años y acababa de regresar de Londres, donde tuvo ocasión de contemplar la pintura prerrafaaelista y simbolista que triunfaba allí».