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Iniciamos hoy en CanariasCultura.com la entrega por fascículos del magnífico trabajo de investigación realizado por Alejandro Ramos Martín titulado ‘La discografía canaria del siglo XX’. Se trata de un libro editado originalmente por Lágrimas y Rabia en la colección ‘Los 80 pasan factura’ que repasa la historia del rock en Canarias desde el prisma de los vinilos y CDs publicados en el pasado siglo. Desde CanariasCultura.com queremos agradecer la generosidad y predisposición de Alejandro para que su trabajo se difunda en Internet mediante nuestro canal de cultura. Para aquellos interesados en obtener el libro completo impreso en papel lo podrá solicitar por correo electrónico a aleramos_2005@yahoo.es.

Arranca esta oferta con el prólogo del libro escrito por el polémico creador y gestor canario Eduardo ‘Teddy’ Bautista.

Portada de la discografia canaria del siglo xxPrólogo. Rock en Canarias, historia y discografía

Este trabajo de Alejandro Ramos, aporta, sin duda, un conjunto de datos y estadísticas fundamentales para conocer la importancia del Rock y todos sus derivados en el archipiélago. Discos y cintas fonográficas fueron, hasta hace poco tiempo, un buen exponente del estado de salud y crecimiento de la industria musical y, sobre todo, una métrica para evaluar los gustos y tendencias de los amantes del género.

Hoy, gracias a la torpeza de algunos, a la miopía de otros y al cinismo de muchos, la métrica discográfica cuenta pocas historias y la devaluación del objeto ha alcanzado cotas de mera subsistencia residual. Pero los discos, como los libros, las películas u otros soportes culturales, son testigos indispensables para entender, comparar y evaluar nuestra historia. No se puede ser original sin conocer los orígenes, decía Antonio Gades; yo añado, no sabemos dónde estamos (presente), ni a dónde nos dirigimos (futuro), sin saber de dónde venimos (pasado).

Apunto para una mejor comprensión del fenómeno Rock en Canarias (y no digo del fenómeno Rock “de” Canarias), una serie de momentos históricos que ayuden a contextualizar el origen del mercado discográfico en las islas y a entender los factores sociológicos que acompañan el desarrollo de cualquier tipo de mercado, de cualquier actividad mercantil. Estos momentos que paso a desplegar los viví yo mismo, algunos de protagonista y otros como mero sujeto pasivo, de ahí, que no sean relatos especulativos, más bien es el testimonio de una generación en la que yo pude ser un “primus inter pares”, pero se trató de un fenómeno colectivo, sociológico y por ende histórico que nos sirve para mejor entender los tiempos que vivimos.

Un día, yendo hacia el colegio Viera y Clavijo donde estudiaba 5o de Bachillerato, pasé por delante del escaparate de la tienda en los bajos del Cine Avellaneda y mi vista se fijó instantáneamente en una guitarra eléctrica espléndida, tornasolada, que ocupaba un puesto de honor entre otros objetos eléctricos y electrónicos. Era de una belleza sublime, y mi corazón acusó esta oleada de amor a primera vista, desplazando las aventuras amorosas a un segundo plano y sustituyéndolas en mis sueños de adolescente; me enamoré de aquella guitarra, era la primera guitarra de Rock and Roll que estaba cerca, al alcance de mis manos pero no de mi bolsillo, y se la compró Carlos, el guitarrista de Los Pañuelos Azules y competencia del grupo que desde hacía poco habíamos montado unos amiguetes del barrio, The Devils Rock.

Poco antes, se había estrenado en el Cine Bahía la película King Creole, donde un Elvis Presley magistral despertó en todos nosotros el rockero que llevábamos dentro, tal vez sin saberlo. La vi no menos de una decena de veces y siempre coincidía en el cine con los mismos jóvenes airados y rebeldes a los que aun sin conocer, sabía que éramos distintos; chupas de cuero, jeans, peinados “cola de pato” y sobre todo “actitud”.

En mi caso particular mi despertar se produjo con un disco; dos años antes uno de mis tíos que vivía en Inglaterra, colocando la zafra de tomates canarios, se trajo “Rock around the clock” de Bill Haley & The Comets y cuando lo escuché en su casa mi cabeza sufrió una sacudida casi epiléptica, el riff boogie del bajo y el solo de guitarra eléctrica me rompieron los esquemas musicales y estilísti- cos. ¿Qué hacía yo estudiando piano y solfeo con mi madre, horas de ejercicios delante del “Hanon”, practicando Para Elisa, serenatas y caprichos centroeu- ropeos cuando existía esa música obstinada y tribal que me hacía mover los pies y alegrar el alma? En ese momento decidí formar un grupo y estudiar e interpretar esa música. Ya ven el valor que puede tener un disco.

Ya iba por mi segundo grupo, Los Ídolos, cuando se produjo otro cataclismo musical en Las Palmas; la llegada de Cliff Richard y The Shadows al Hotel Santa Catalina para rodar la película “Dos años de vacaciones”. El primer día de su visita se acercaron a “El Flamingo”, sala de fiestas donde tocábamos y ante nuestra incredulidad se subieron con nosotros a tocar. Otro disco nos había impactado un par de años antes, “Cliff Richards & The Shadows”, era un rock inglés más suave y melódico que el norteamericano, así que nos aprendimos todas sus canciones y éramos casi una réplica de aquellos artistas pioneros en Europa del género.

Pero cuando Cliff y sus músicos se subieron a tocar con nosotros, tocaban una música distinta a la suya, más dura y sincopada, más rítmica y gutural. Tocaban canciones de “The Beatles”. Bruce Welch, guitarra rítmica, me regaló un ál- bum: With the Beatles, y de nuevo fue un disco lo que me cambió los esquemas estéticos, adentrándome en el sonido Liverpool, el Merseysound que dominó una década la música popular mundial.

Años más tarde y ya al frente de Los Canarios, volví a las islas después de un periplo internacional que nos llevó a Estados Unidos, Suecia, Alemania y, por supuesto, la metrópolis peninsular, para tocar en el Club de Natación Metropole cuando Get on your knees era número uno en media Europa. Aquel concierto significó mucho para la historia del rock en Canarias, vino gente de las otras islas y se rodó un documental formidable, recogiendo el fenómeno de las fans y una cierta histeria que acompañaba en aquellos días los conciertos de Canarios.

Nuestra música era intensa y contagiosa, habíamos bebido del Rock, del Soul y del Blues por partes iguales, y en los conciertos el entusiasmo del público rozaba los límites de lo inaceptable en una España franquista, censurada y sometida, donde dos de nuestros discos fueron prohibidos en radio y televisión.

Hoy, todavía, me encuentro gente que asistió a aquel concierto y me cuentan su experiencia y el impacto que tuvo en las vidas de algunos. Lamentablemente, Televisión Española borró o perdió aquel documental y es sólo el recuerdo de los testigos el único medio de recuperar la memoria destruida.

Y todo comenzó con un disco; Get on Your Knees es hoy, todavía, un referente de la música de una generación, y ahí radica la importancia de los discos y otros soportes culturales, sirven para despertar revoluciones y para estudiar en perspectiva el valor intrínseco de la cultura como elemento de cohesión social.

Dudo mucho que los discos desaparezcan, como tampoco morirán los libros. Ambos ya no serán, eso si, productos de difusión masiva, eso ya lo hacen las redes digitales, pero el valor tangible del objeto encierra en sí mismo una mística cultural, el envoltorio, el diseño, el material que muestra el paso del tiempo, el uso intensivo como expresión del amor por el contenido, como el amarillear de las páginas de un libro, las manchas de café o restos de comida, son la prueba de la utilidad que han prestado a lo largo de la vida intelectual de los seres humanos. Suena romántico, pero no todo ha de ser pragmático en estos tiempos de materialismo rampante, de embrutecimiento de las rutinas, de la pérdida de la capacidad de soñar. La vida es analógica y los sentidos hay que ejercitarlos; el olor, el sabor y el tacto, la vista y el oído están íntimamente relacionados con los objetos culturales y a través de estos fijamos los recuerdos y estimulamos los sueños.

Larga vida a los objetos que tanto nos han enseñado, instruido, alegrado y entristecido, ensoñado y despertado. Larga vida al fetichismo cultural más allá de los museos y las catedrales, de internet y redes sociales, de escuela y universidad, larga vida a los sentidos y a los libros y discos que nos mantienen humanos.

Eduardo Bautista

Madrid, Noviembre de 2010.