Se acerca la Asamblea General de la SGAE y el lío ya está organizado.
Por un lado están los que contra todo pronóstico ganaron las elecciones prometiendo cambios moderados y en un ejemplo de democracia incluyeron a los que perdieron, buscando integrar tendencias y opiniones para trabajar juntos en la difícil tarea de reconstrucción de una nueva SGAE. Por otro lado están los que en tiempos pasados, en la etapa de Teddy Bautista, vivían mejor y hacen todo lo posible para volver a su estado de gracia. Por otro lado están los que formaron parte del cotarro pero querían montar el suyo propio desplazando ‘al gran jefe’ manteniendo buena parte del tinglado. Y por otro lado están los que piden cambios más profundos para desechar, de una vez por todas, cualquier atisbo de plutocracia, amiguismo, prepotencia y mala gestión.
El problema es que no todo el mundo tiene claro el quién es quién en la lucha interna de la SGAE. Y si no se tiene claro es porque unos actúan bajo cortinas de humo, marcas, plataformas, empresas de comunicación, seudónimos o nics y porque otros no se atreven a poner nombres y apellidos en sus acusaciones por miedo a ser denunciados o a posibles represalias futuras.
Si somos honestos, lo primero que habría que decir es que hablamos de un sector en el que ha proliferado la trampa, la mentira, la prebenda, la coacción, el soborno, el amiguismo, el egoismo, los maletines (los sobres era muy pequeños), el dinero negro, los nombramientos «digitales» y la famosa frase de «el fin justifica los medios, si el fin es mi bolsillo»… ¡Exactamente igual y en la misma proporción que ha ocurrido en otros sectores y estamentos en España, incluido el de la política! Ni más, ni menos. Y son precisamente los que hablan de honorabilidad y dicen «yo no he sido» o «yo no he visto nada» a los que más miedo hay que tener porque si dicen eso, es que mienten. Y si mienten en esto significa que pueden mentir en cualquier otra cosa y puede que hasta quieran seguir manteniendo toda esta farsa.
Recuerdo cuando miraba mi futuro en la música con gran satisfacción ya que creía que era una profesión de altas miras, buen rollo y amor, muy por encima de la media de otras profesiones… ¡Que lejos de la realidad me encontraba! En la música he visto más tiburones, ladrones y sinvergüenzas que en las profesiones que yo despreciaba por aquel entonces. Di tú que, con el paso del tiempo, tengo la sensación de que profesiones como la banca aprendieron del sector de la música y lograron llegar a este nivel ‘sublime’ y ‘presunto’ de sinvergüencería, opacidad y mamoneo de la banca en la actualidad.
El querer seguir manteniendo estas maneras y formas por parte de algunos es lógico y natural ya que aprender a manejarse así les ha requerido renuncias y prácticas que no son tampoco nada fáciles de adquirir ni de asumir (si has nacido con el más mínimo estómago, claro). Y el ser humano no es propenso a los cambios. Ya dice un dicho muy español que «más vale malo conocido que bueno por conocer». Con esta mentalidad tan nuestra, hay que entender que la gente se aferre al sillón, a la teta, al dictador o a lo que sea con tal de poder seguir poniendo en práctica lo que tanto les ha costado aprender y conseguir, para poder así mantener su nivel de vida y su cuota de poder.
Pero o aprovechamos esta crisis generalizada para construir un modelo distinto y morir con la tranquilidad de que dejamos un mundo mejor a nuestros hijos, o negamos la evidencia mientras explicamos a nuestro vástago que no le debe temblar el pulso cuando le clave el puñal a su adversario (sea amigo o familiar, no importa) ya que el fin justifica los medios. Y el fin es ganar pasta gansa con el mínimo esfuerzo.
Yo tengo claro que apuesto por la primera opción.
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