Dirigida por su titular, Michal Nesterowicz, los días 17 y 18 de enero, en el Auditorio de Tenerife ‘Adán Martín’ y en el Alfredo Kraus de Las Palmas de Gran Canaria

La Orquesta Sinfónica de Sinfónica de Tenerife toma el relevo en el 30 Festival Internacional de Música de Canarias, con su presencia en los dos auditorios, sedes del Certamen El programa que abordará la formación tinerfeña, dirigida por su titular Michal Nesterowicz, lo integran ‘Pelléas y Mélisande’, op. 46 y la Sinfonía nº 7 en Do Mayor op.105 de Jean Sibelius (1865-1957); Ma Mère l’Oye. 5 pièces enfantines, de Maurice Ravel (1875-1937); y Pelléas et Mélisande, op. 80, Suite, de Gabriel Fauré (1845-1924).

Los conciertos tendrán lugar los días 17 y 18 de enero, en Tenerife y Gran Canaria, respectivamente, a partir de las 20.30 horas.

La Orquesta Sinfónica de Tenerife fue creada en 1935 como Orquesta de Cámara de Canarias y es un proyecto cultural consolidado del Cabildo de Tenerife, administración de la que depende. Michal Nesterowicz cumple su segunda temporada como director titular y artístico de la Sinfónica de Tenerife. Es el sexto en asumir esa responsabilidad en los 78 años de historia de la Orquesta, tras los ciclos cubiertos por Santiago Sabina, Armando Alfonso, Edmon Colomer, Víctor Pablo Pérez -director honorario- y Lü Jia.

OST

En estos años, la Sinfónica de Tenerife se ha convertido en el referente cultural de la Isla y ha sido embajadora en las giras nacionales e internacionales que ha realizado, con actuaciones destacadas en Alemania, Austria, Reino Unido y China, entre otros escenarios.

Director polaco, nacido en Wroclaw, Michał Nesterowicz es licenciado por la Academia de Música de su ciudad natal, habiendo cursado la especialidad de Dirección a las órdenes del profesor Marek Pijarowski, acabando la misma con mención especial en 1997. En 2004, a la edad de 29 años, fue nombrado Director Artístico de la Orquesta Filarmónica Báltica de Gdansk. En 2008 ganó la novena edición del Concurso Internacional de Dirección de Orquesta de Cadaqués en España. Inmediatamente después fue designado Director Titular de la Orquesta Sinfónica de Chile, donde trabajó hasta fin del 2011.

Notas del programa

Maurice Ravel (1875-1937)

Cuando se habla de impresionismo en música se citan dos autores: Debussy y Ravel que sigue los pasos de su maestro en el Conservatorio de París: Gabriel Fauré. «Su música no se suspende como la de Debussy, los acordes tienen una función autónoma y colorista, pero nunca se presentan aislados de un modo tan marcado como Debussy, y la forma de las obras remite habitualmente a modelos clásicos» apunta el crítico Sebastián León.

En Ravel, uno de los mejores orquestadores de la historia, confluyen el virtuosismo romántico, el encanto melódico, las sugerencias y el lenguaje delicado, las peculiaridades de la música orquestal rusa y alemana, lo irónico e incluso el legado de los antiguos compositores franceses.

Ma Mère l’Oye contiene ese embrujo por lo infantil. En principio eran cinco piezas para piano a cuatro manos dedicadas a Jean y Marie, hijos de sus amigos los Godeski. El propio Ravel recordaría posteriormente que había simplificado su escritura pianística. Para evocar el mundo de los cuentos y de los sueños de la infancia. Fueron niños (Geneviéve Durony y Jeanne Leleu) de seis y diez años los que estrenaron la obra en abril de 1910. Al año siguiente la orquestó para convertirla en ballet y le añadió un preludio, la « Danza de la Rueca» y algunos nexos musicales para unir fragmentos. De diecinueve pasó a casi treinta minutos. Se estrenó como ballet el 28 de enero de 1912. Sin embargo, el tiempo ha hecho que esta obra se interprete más como pieza de concierto que como obra para ser bailada.

Gabriel Fauré (1845-1924) a pesar de ser un entusiasta de Wagner, su pequeño mundo poético no admitía lo tremendo, grandioso y transcendente. Ese mundo, ajeno a la grandilocuencia, dio frutos perdurables, pequeñas joyas como esta música para la escena de Pelléas et Mélisande. Desde su temprana y premiada obra Cantique de Jean Racine, para coro mixto y órgano en 1865, Gabriel Fauré mostró una exquisitez y un sutil refinamiento que lo acompañaría en toda su producción y que lo convertiría en uno de los grandes de la música francesa.

El compositor había encontrado un camino que no abandonaría nunca, una revolución audaz pero sosegada, eficaz e innovadora. Tanto, que sin él, hubiera sido impensable la eclosión del impresionismo.

La obra teatral del belga Maurice Maeterlinck Pélleas et Mélisande de 1892 fue «decorada» musicalmente por varios compositores en diferentes momentos. Fauré, Sibelius o Schoenberg crearon obras en torno a estas dos figuras e incluso Debussy, con el permiso del escritor, realizó una ópera que rompió moldes.

Jean Sibelius (1865-1957) supo con sus sinfonías y sus poemas sinfónicos situarse junto a los más grandes de la música. En 1905 se estrena la música incidental de Sibelius para la obra de Maeterlinck Pelléas et Mélisande en el Teatro sueco de Helsinki. Ese mismo año, el compositor crea una suite de concierto con nueve números. Esta obra poco interpretada y encantadora, nos revela un cuidadoso equilibrio orquestal y una exquisita recreación del drama.

El 2 de marzo de 1924 Sibelius escribe en su diario: «He terminado mi Fantasía Sinfónica». En 1927, la obra toma el título definitivo de Séptima Sinfonía en do mayor, Op.105. Constituida por un único tiempo de unos veinte minutos de duración ha suscitado controversias – en parte justificadas por el título inicial de Fantasía Sinfónica. ¿Es realmente una sinfonía? «El tratamiento temático y el espíritu de la obra; su extremada concisión y por haber sido condensada en un solo movimiento no son otra cosa que el resultado de las investigaciones emprendidas por Sibelius, que encuentran aquí su recompensa alcanzando la perfección, una verdadera proeza», escribe el crítico Sebastián León.

La Sinfonía une lo oscuro y luminoso de la personalidad del compositor, los mundos de la Cuarta y Quinta