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Nos ocupábamos la semana pasada de hablar de ‘las danzas de espadas‘ que se dieron en otras épocas en Canarias. Estas danzas eran interpretadas por un grupo de hombres que recibían el nombre de ‘Los Matachines’, aunque su función iba más allá, en una suerte de simbología ritual que tiene mucho de carnavalesco.

Según el Diccionario de Autoridades, un matachín es un “hombre disfrazado ridículamente con carátula y vestido ajustado al cuerpo desde la cabeza a los pies que compone: como  un cuarto amarillo y otro colorado. Fórmase de estas figuras una danza entre cuatro, seis u ocho, que llaman de matachines, y al son de un tañido alegre hacen diferentes muecas, y se dan golpes con espadas de palo y vejigas de vacas llenas de aire”. Cabe destacar en esta descripción la figura de la vejiga inflada, que en Lanzarote adoptó la forma de un buche de pescado inflado y secado al sol, utilizada en el Carnaval de Arrecife.

El cronista grancanario Domingo J. Navarro los describió diciendo que, tras la Tarasca de la procesión del Corpus, “seguían los matachines infundiendo terror y en pos de ellos los diablillos haciendo mil travesuras”. Por su parte, el historiador Manuel Hernández nos recuerda que no sólo bailaban con espadas, sino que ejecutaron en diferentes épocas el conocido actualmente como ‘Baile de Cintas’, al ritmo de un tamborilero y al son de una flauta o una vihuela. Otra curiosidad de estos danzantes es que, en muchas ocasiones, se elegían entre la población mulata o morisca de las islas.

Los matachines se perdieron en Canarias, pero siguen vivos en otras latitudes. Los más famosos son los de México, país donde son muy apreciados en poblaciones como Durango o entre grupo étnico Rarámuri, habitante de la Sierra Tarahumara, situada al suroeste del estado Chihuahua.