“Para hacer cine, incluso si no tenemos cámara, podemos rodar con los ojos”
Marcel Hanoun

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A Marcel le gustaba hablar en español porque la lengua española, decía, le ligaba con la vida, con el acto cinematográfico que le obliga a la búsqueda de la palabra justa. Todo su cine es una búsqueda azarosa de esa palabra y de esa imagen justa.

Marcel es el alegre responsable de una obra rara y preciosa, necesaria en estos tiempos del cine parque de atracciones y de crisis de las imágenes. Tiene su obra mucho de primitivo descubriendo del cine y de insolente joven moderno. Marcel fue probamente el cineasta más independiente del mundo: empezó rodando en 35 mm, pero fue de los primeros que se pasó al vídeo. A causa de su última salud no salía de su casa y filmaba en su salón, al lado de la ventana, como si estuviera en un plató.

Tienen fama sus películas de ser intelectuales, cerradas, pero no, no hagan caso, por favor, las películas de Marcel son claras como el dibujo de un niño, trasparentes como un arrollo en la montaña. No es un cine difícil de entender el de Marcel. ¿Entienden ustedes el mar? En su cine hay que saber escuchar y mirar porque como pasa con la música que no se escucha sino que se sigue, así hay que seguir las películas de Marcel, porque las películas de Marcel no se ven sino que se acompañan, en una experiencia física. Marcel creía en la sensualidad y en que la sensualidad es inseparable de lo intelectual, igual que lo político del cine, por eso estaba convencido de que las palabras mostradas a través de las imágenes debían mostrar esa sensualidad. Su cine está lleno de palabras y silencios: Marcel es junto a Bresson (amigo con el que mantenía largas charlas telefónicas) el cineasta que más ha indagado sobre el silencio en el cine; también de la oscuridad y el vacío, su cine está en el camino de suprimir totalmente las imágenes. Y de los cuerpos: fíjense cómo hablan los actores de Marcel, cómo se mueven y se tocan, en cómo les acaricia la cámara, fíjense. El cine de Marcel es un cine de la carne filmado por un místico ateo, Marcel no pudo hablar del alma separada de la carne; por eso sus actores no interpretan sino que “encarnan” No dejen de ver (im)posible historia de amor y concepción entre una monja y un monje que nunca Je meurs de vivre esa, cada uno en su encierro, que nunca estuvieron tan juntos como cuando estuvieron separados.

El cine comercial se hace para que el espectador sea pasivo, quede adormecido, neutralizado. Las películas de Marcel quieren hacer reaccionar al espectador, desde su belleza y violencia, incluso provocándole a que se salga de la sala. Marcel quería que el espectador tomase conciencia de sí mismo, del acto de contar, y mirar, de la condición de ser espectador. Un filme para Marcel fue siempre el cuestionamiento del acto de mirar, acto del que el cineasta es el primer espectador. Marcel creía que al proyectar toda película se produce una inversión que hace que la película termine mirando a aquel que la está mirando; para él esa es la verdadera función de una película, no el mirarla, sino el ver al otro, a ese otro que no estaba ahí, está en el rodaje, sino que ha aparecido una vez terminada y montada la película y que es el objeto mismo del filme: el espectador, usted y su disposición, su manera de entrar en ruptura, de brutalizarse, de romperse y entregarse en el acto de mirar.

Por Javier Rebollo

 

Enlace sugerido: Ciclo dedicado a Marcel Hanoun en el CICCA