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Begoña Hernández Batista expone su colección ‘Naturaleza Viva: Lanzarote’, en la sala de arte la Facultad de Educación de la Universidad de La Laguna.

Se pintó a si misma en el caletón de Funche (Los Silos), entre callaos: autorretrato de una infancia familiar y salvaje, momento de escisión que mediante la experiencia la tornaría en conciencia prescindible, dejando en sus cuadros el paisaje, la naturaleza como hospedaje para la imaginación, el sentimiento y el disfrute.

Su obra parece un desafío al concepto de propiedad, un reclamo poético contra un contrato social que excluyó a la naturaleza de sus derechos. Reflexión latiente en la trama de Cuanta tierra para un hombre de Tolstoi. La pintora transforma las palabras en colores esbozando una humanidad vanidosa, obsesionada con apropiarse de toda la tierra en un pugilato prometeico contra el tiempo.

En su paleta desaparece el hombre de Tolstoi bajo los dos únicos metros de tierra que precisa su propia sepultura. “Se ama no lo que no amarra” cantaría Jorge Drexler.

Ajeno a las sombras chinescas de la caverna, el mundo sin el ruido de la sociedad, para Begoña Hernández Batista, es azul lapislázuli: mar furioso de su infancia, también volcán, arena, rocas, tabaibas, lenguas de lava….

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Reflexiona sobre la idea de que pintar, sobretodo, es aprender a mirar… evoca a Velázquez y las Meninas como un cuadro que invita a entrar, que te hospeda, mediante la integración de la atmósfera pictórica y la real; la perspectiva aérea de Leonardo da Vinci, la comprensión de que las masas de aire frías, a determinada distancia y dependiendo del momento del día, transforman los colores y las formas… que al alejarse uno de ellos, menguan, se desvanecen hacia la intimidad de la transparencia.

A primera vista su obra puede parecernos figurativa, el paisaje por el paisaje, pero su identidad poética, sus versos no mostrados, se introducen en un proceso abstracto que juega con nuestros sentidos, que los conmueven y los confrontan, al punto de sentirnos como los figurantes del Traje nuevo del emperador de Andersen, a un segundo de comprender que lo contemplado es el desnudo vital de la artista.

Y en este juego sin rostros, donde las emociones y las pasiones de la pintora se instalan en lugares donde perderse resulta, a la vez, una confesión íntima sobre el arte del desprendimiento. Una paleta que rima el poema de Pessoa:

Cuando viniese la Primavera,
Si ya estuviera muerto,
Las flores florecerán de la misma manera
Y los árboles no serían menos verdes que la Primavera pasada.
La realidad no necesita de mí.

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Versos o pinceladas que no ansían el cambio del mundo, ni alterar la conciencia, son odiseas hacia la belleza, expediciones policromáticas tras el equilibrio y el sosiego, piezas de un puzle llamado arte.
Ventanas, afirma Begoña Hernández Batista, ventanas para abrir cualquier pared del mundo en alguna ciudad de esta extraña civilización, ventanas privadas que permitan a quién sea, aprender a mirar la naturaleza con el alma.