Querencias

QUERENCIAS. EL SONIDO DE LA AUSENCIA
Texto: Rosa Mª Martinon Corominas
 Música: José Brito López
 Fotografías: Víctor M. Muñoz Arocha
 Edición de las partituras: Rafael Sánchez Araña
 Edición e introducción: Victoriano Santana Sanjurjo
 Beginbook Ediciones | Primera edición: enero, 2015
 ISBN: 978-84-943366-4-5  |  Depósito Legal: GC 03-201

Alguien sembró de flores el camino. Alguien, con los pétalos, reconstruyó la memoria del camino. Alguien compuso los sonidos con los que disipar las tinieblas de esta memoria. Alguien fijó la luz del tiempo a estos sonidos para que la retina del alma asga la memoria del camino hasta la desembocadura. Y un individuo cualquiera, yo mismo, que estaba de paso, da fe a través de estas páginas de todos estos “álguienes” para que sus hechos en el camino perduren más allá de nosotros… porque las flores de Antonio Padrón Rodríguez, la memoria del camino de Rosa Mª Martinon Corominas, los sonidos de José Brito López y la luz fijada por Víctor M. Muñoz Arocha deben perdurar, repito, más allá de todos nosotros; tienen que perdurar más allá de los límites que separan estas páginas de sus lectores; más allá del tiempo invertido en hacer realidad el universo mágico en el que, como astros singulares, han girado las conciencias artísticas y estéticas de cuantos han elaborado esta deuda afectiva que, afortunadamente, ya se ha pagado, y de qué manera, con la moneda más poderosa del ser humano: sus querencias.

Pocos libros surgen como este: sin pretender serlo, aunque sin posibilidad de no serlo. El proyecto editorial que nos ocupa representa la confluencia en un punto común de varios frentes con formas de texto literario, partituras musicales y fotografías.

Aunque no se hubiese formulado entonces con un propósito editorial explícito o, cuanto menos, con la idea sobre la que fuera posible la concepción de un libro como el que nos convoca, es justo señalar como primer paso firme para el nacimiento de esta obra la sugerencia expresada por José Antonio Godoy Rodríguez para que un compositor y músico de prestigio reconocido tomase las piezas musicales de Antonio Padrón y las elevase de categoría —por decirlo de algún modo— convirtiéndolas en piezas de cámara.

Esta sugerencia adquirió la debida consistencia en forma de encargo que asumió mi admirado José Brito López con la pasión y entrega con las que siempre se entrega a sus proyectos.

El punto de partida fueron unas simples partituras que el pianista Pedro Espinosa transcribió. Sirvan estas dos muestras como ejemplo:

Querencias

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Así nacieron para su conservación «Malagueña», «La magua» y «El canario del monte». Si comparamos las anotaciones de Espinosa con las partituras que se reproducen en este libro y que editó de forma magistral Rafael Sánchez Araña, cabe concluir que Padrón no era músico y que sus piezas, en realidad, no pasan de ser sencillas ideas melódicas que, sin duda, debieron gustar mucho a su creador y no disgustar a su círculo más próximo.

En este sentido, el excelente trabajo de Brito López (pensado para violín, cello, piano y voz) ha protegido de alguna manera —salvando las distancias— el “legado musical” del galdense, quien, sin ser compositor ni músico, como ya he apuntado, poseía una sensibilidad artística tal que, sin duda, no pudo evitar el cumplimiento de  un deseo que debió anidar en su centro creativo: circundar los límites del arte musical más allá de la posición que adoptaba como gran aficionado que era al que considero el arte más perfecto, la música.

No percibo la expresión musical de Padrón como el resultado de una voluntad explícita por hacerse compositor (solo ha dejado tres piezas muy superficiales en su contenido) o por adentrarse en la autoría literaria con los textos de sus temas, sino como una incursión artística complementaria que le debía permitir la ampliación de su cosmovisión sobre los campos en los que fue un indiscutible maestro: la pintura y la escultura.

?Mas sobre las músicas de Padrón y lo hecho para que estas pervivan en el camino, nadie mejor que José Brito López para explicar cómo se llegó a la música que preservan estas páginas:

«Cuando veo el material (tres melodías transcritas, deduzco, por un joven Pedro Espinosa), descubro unas melodías de tinte popular, posiblemente influenciadas por el espectro de la música popular americana, que llegaba en la época a las islas, y por la música folclórica que le acompañaba en su entorno. Encontré en ellas unas canciones que permitían una adaptación al formato camerístico y, dentro de este, consideré que la formación violín, cello y piano como soporte para acompañar a la voz de un barítono podría ser lo más adecuado para el carácter y la búsqueda sonora que me invitaba a descubrir.

La creación a partir del material de Padrón tiene sello propio. Predomina, pues, un sentido estético personal; aun así, el resultado es sumamente respetuoso con el material primigenio con el que me encontré, del que además procuré no modificar ni un solo tiempo transcrito por su amigo y maestro Pedro Espinosa. Conocedor de que el amateurismo musical era su trayecto y que todas las cadencias o tiempos de espera podrían ser producto de dificultades técnicas y no de intenciones compositivas reales, aún así, consideré que la realidad sonora que invadía al artista y que le llevó a ingeniar esas melodías y sus letras era también parte de su intencionalidad habitual, de su mundo sonoro, y, por lo tanto, genuina del autor.

El leitmotiv de las canciones es el amor, pero el amor desde la nostalgia, desde lo que pudo haber sido y no fue; o fue, pero desde un estado casi inmaterial, desde ese universo inconcluso e infinito que es la mar océana. El sonido de las tres canciones es una luz que impregna las palabras del amor, esas siempre incompletas, inexactas, desvariadas… pero que tanto completan al que las pronuncia o las escribe. Las canciones están reescritas o reinventadas desde el respeto, desde la veneración… Han sido creadas para alcanzar lo que siempre fue, lo que es y lo que siempre será: las querencias que nos invaden durante todo nuestro trayecto, las que nos marcan para ser lo que nunca fuimos antes de ellas y ser para siempre ellas sin dejar de ser nosotros».

Si la música es el cerebro de este libro; el corazón es, sin duda, el bello texto biográfico-poético elaborado por Rosa Mª Martinon y que representa el dulce testimonio de un pacto afectuoso que se ha mantenido firme, inquebrantable, sólido… durante muchos años, aunque la Muerte hubiese querido romperlo en el aciago 8 de mayo de 1968 con el viaje definitivo de Padrón.

Recogidas las flores del camino, reconstruido este con sus pétalos textuales y hecho el sonido que disipa las tinieblas, solo faltaba a la iniciativa que alguien perpetuase la luz (los sentidos de este organismo libresco) para cerrar el cupo de estas querencias.

Supimos desde el principio que nadie mejor que Víctor Muñoz Arocha para dar buena cuenta del cumplimiento de este objetivo desde su objetivo, pues muy pocos son capaces, como él, de captar la atmósfera artística que contienen los espacios y, con ellos, la historia silenciosa que los envuelve.

Gracias a la confluencia en el tiempo y el espacio de estas palabras, sonidos e imágenes, nacieron estas abrumadoras

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que, con este bello ejemplar en las manos, cumplen con el propósito de todos los que hemos considerado, desde nuestras particulares atalayas, que ha merecido la pena invertir el patrimonio de nuestro tiempo y nuestros conocimientos para hacer realidad estas páginas; las cuales, en su elaboración, nos han atravesado el corazón con las saetas de la emoción y la gratitud hacia Antonio Padrón, el artista, el genio, aquel que todavía sigue haciendo posible que los espíritus sensibles respondan a su tendencia por unir sus artes para que la belleza que cultivó en su florido camino siga brotando.

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