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Faneque Hernández: Romancero sureño (Mercurio Editorial, 2014)

Prólogo: Francisco Tarajano Pérez

Edición y preliminar: Victoriano Santana Sanjurjo.

 

PÁGINA IMPAR

DE LAS ARTES
· Manifiesto primigenio
· Soneto de los cuatro poetas
· Agüimes en palabras
· Juglar del viento sureño

· Diana y Acteón
· Oda a Mark Rothko
· Retrato del vencedor
· Retrato de la dama blanca
· Icono mitológico

DE LAS PATRIAS
· Archipiélago.

Patria chica I. El Hierro
· El ocaso del Garoé
· Mapa de El Hierro

Patria chica II. Agüimes
· Romance de Agüimes
· Templo de San Sebastián
· Las caras del Aguayro

PÁGINA PAR

DE LOS AMORES
Notas del diario
· Retrato de Nayra
· Retrato de Aitami
· Alfar
· Bautizo de trucha
· Río grande
· Añorándote

Elegías a la muerte de mi madre
· América redescubierta
· Voladores de esperanza
· Día aciago
· Epitafio
· Soneto a la última princesa de Gáldar

Rebeldías
· Naufragio de la vida
· Cuento infantil solidario
· Desafío y muerte de Doramas

 


PRELIMINAR


Romancero—sur

En el principio, el verbo; ese todo en el que se encierran los cuatro elementos clave de nuestro viaje literario hacia el sur del cielo: el fuego, que llamamos arte; la tierra, que es la patria; los amores son el agua; y, en forma de tiempo, el aire. Cuatro elementos, cuatro sellos del alma indelebles, cuatro coordenadas que moldean, en el alfar de la eternidad, las columnas que sostienen el templo de nuestro poemario; esa firme, sólida, indestructible edificación poética de Faneque Hernández compuesta de bloques léxicos fortalecidos en el horno de los símbolos representativos, aquellos que atesoran una profunda carga connotativa, tanto lingüística como emocional: aliteración, alzado, asonancia, bondad, canariedad, compañera, compromiso, defensa, dignidad, El Hierro, encabalgamiento, escultura, expresión, familia, futuro, hipérbaton, historia, hogar, honradez, identidad, igualdad, impresión, justicia, libertad, literatura, lucha, muerte, nobleza, orgullo, oriundez, pasado, pedagogía, pintura, poesía, presente, raíz, rebeldía, sangre, unidad, veracidad, vida y, como enumera el maestro Tarajano en su hermoso prólogo a nuestro título: Agüimes, Gáldar, Arucas, Temisas, Roque Aguayro, Roque Nublo, Bentayga, Abenchara, Guayarmina, Doramas, Masequera, Tenesor, Canarias, Canarias, Canarias…

Del verbo proceden los elementos; de estos, las palabras. De la convivencia de estas, nacen los pueblos en forma de mensajes esculpidos en las piedras de la conciencia, piedras de la tierra que nadie borrará y que ninguna inclemencia en forma de indolencia o desdén llegará a desbaratar. Así, entre pueblos metafóricos, nace un romancero, una talla donde se incrustan las formas de nuestras pintaderas particulares, las que nos identifican y que identificamos; y, sobre todo, en las que nos sentimos identificados. En este objeto mágico se escriben las historias de nuestras luchas por la supervivencia con los grafemas e ideogramas de nuestro sudor, nuestra sangre y nuestras lágrimas. Y todo ello, como siempre, como no puede ser de otro modo, en la misma tierra donde habitan los hombres; es decir, al sur del cielo.

Versos—poesía

Debo reconocer que cuando concebí el proyecto de la Biblioteca Canaria de Lecturas (BCL) nunca se asentó en mis pensamientos la posibilidad de que algún poemario formase parte de esta colección. Cierto es que jamás hubo un taxativo «poemas, no»; pero si consideramos que mis tendencias lectoras y escritoras se inclinan sobremanera hacia lo que no se muestra en verso, ni atiende a la métrica, ni responde al término “estrofa”, no es difícil concluir que no hubo ocasión alguna en la que me plantease cualquier trabajo editorial ajeno a lo que no estuviese en prosa.

Si se me pregunta cuál debe ser la frontera entre un sí y un no para que una obra en verso se publique en la BCL, mi respuesta no puede ser otra que la que me dicta mi concepción estética sobre lo que considero que es válido para un texto literario. ¿Subjetiva concepción? Sí, claro, por supuesto; pero no caprichosa, pues se funda en una conclusión que, según cómo se mire, no es muy descabellada, aunque para algunos pueda llegar a ser discutible. Es esta: por muy prodigiosos que sean los pertrechos técnicos que atesore una creación artística, literaria, cultural…, su validez, al menos como producto destinado a la generación de catarsis, siempre quedará supeditada a una respuesta muy concreta por parte de quien acceda a él: que le guste lo creado, que le atraiga, que logre lo hecho conciliar al receptor con lo que recibe y, de paso, con quien se lo remite.

Si, a mi juicio, lo compuesto merece la pena que sea leído y, por extensión, compartido y difundido, porque, en primera instancia, me gusta, me atrae y logra que eleve a mis altares de la creación artística, literaria, cultural… a su autor, entonces deberé hacer lo posible y, hasta donde pueda, lo imposible por que tenga habitación en la BCL. Y aquí, coincidirás conmigo, supongo, pocos distingos cabe hacer entre la prosa y el verso.

Lo que se percibe o concibe como carente de calidad no debe conllevar interés alguno por su publicación; sí, en cambio, lo que se reconozca como una excelencia. Ese es o debe ser el máximo principio de toda labor editorial cuando se ejerce sobre la voluntad de contribuir al engrandecimiento del patrimonio bibliográfico de una lengua; al margen, qué duda cabe, de que como lector o crítico se esté o no de acuerdo con los criterios que asuman los encargados de la tarea editora a la hora de dictaminar que lo compuesto merece el calificativo de “apto para ser conservado y difundido” o, como ocurre en la mayoría de los casos, “adecuado para que sea olvidado”.

En lo tocante a la obra que nos convoca, me he visto en la obligación deontológica, como editor, de hacer lo posible por que este Romancero sureño viese la luz, a pesar, repito, de que lo más normal o, mejor dicho, lo habitual hubiese sido que mi inclinación no me condujese a mostrar mucho interés por los textos en verso, más que nada porque como lector no suelo atenderlos como lo hago con la prosa. Sé que si quisieras desdecir mis palabras dirías que el tomo 1 de la BCL contiene poemas (y muy buenos, te apuntaría yo, pues excelente poeta es Julio Pérez Tejera), mas yo te recordaría que Caleidoscopio, la obra de la que estaríamos hablando, está, ante todo, conformada por las narraciones en prosa que, en su mayoría, proceden del sublime Y tú no te acordarás… y otros relatos (2011), que me cautivó en su momento y sobre el que no he dejado de pensar en todos estos años con la calidez propia de quienes custodian un tesoro.

Pero con el Romancero sureño me ocurrió lo que, por lo general, no suelo esperar que suceda: que estando constituido en su totalidad por poemas, caí en el deseo de hacer cuanto estuviera de mi mano para verlos en la BCL. ¿Por qué? Según lo expuesto hasta ahora, la respuesta es evidente, ¿no?: porque poseen todas y cada una de las piezas que componen este volumen las cualidades sobre las que construyo mi concepción estética de lo que debe poseer una obra literaria; lo que me lleva a manifestar, exteriorizar, proclamar y compartir la enorme satisfacción que me ha producido y produce la lectura de este, magistral en lo poético, romancero.

Permíteme, antes de proseguir, que dé rienda suelta a esa pedantería tan propia de mí para fijar el alcance de algunos términos que considero esenciales: los vocablos “poesía” y “poético” nada tienen que ver, en mi señalada visión literaria, con “poemas” o “versos”, pues no todos los poemas poseen poesía, ni son poéticos necesariamente todos los textos que se nos presentan en verso. La poesía y lo poético son cualidades inherentes a todo texto literario. Todos y cada uno de los volúmenes que conforman la BCL están constituidos por obras que rezuman poesía, aunque su disposición cubra el espacio de la caja textual o se distribuya en tiras versales. Como honra a nuestra colección este Romancero sureño, se concluye que sus páginas, llenas de hermosos versos, están repletas de poesía.

Hacia el poeta

Lo primero que leí de Faneque Hernández fue La reina de Canaria (Cam PDS, 2010). Nos conocíamos de otros frentes y encuentros profesionales, pero nunca en lo literario. En una de las halladas, me dio un ejemplar de esta obra. Por lo general, suelo tomarme mi tiempo cuando llegan a mis manos libros que no tenía previsto leer; y así debería haber ocurrido con el citado si no fuera por la feliz circunstancia de que, hojeándolo, caí en la página 68, en la que se cuenta la muerte de Doramas. Cuál no sería mi asombro cuando descubrí en sus versos la fortaleza narrativa propia de los autores de cantares de gesta medievales: musicalidad en los versos, asimilados en la lectura como pareados aunque fuese perceptible su condición de bimembres con una clara cesura entre los dos hemistiquios; construcción de los hechos que mantiene en vilo al lector (los que eran oyentes en el Medievo); verosimilitud en la expresión… Ni que decir tiene que el libro fue devorado con rapidez, pues a su calidad poética se le debía sumar su brevedad (la obra no llega a cien páginas escritas con letras de tamaño medio y en formato inferior al octavo).

Ese fue el primer Faneque literario que conocí. Su valía como poeta quedó confirmada para mí con su segunda obra, Cantos de mestizaje (Cam PDS, 2011). El deleite que me produjo en La reina… la lectura de los romances sobre la Reina de Canaria y el Caballero de Soria se vio incrementado con el de las guayarminas de Cantos…; lo que me predispuso para que, en abril de este año, en la jornada anual de lecturas que celebra el IES José Zerpa, disfrutase de la extraordinaria capacidad de nuestro autor para romancear nuestra historia primigenia gracias a la lectura que hizo de su «Desafío y muerte de Doramas», la magnífica composición con la que se cierra este Romancero sureño y el mejor argumento que cabe sostener para que se termine de convencer su autor de la necesidad de continuar con esta línea creativa tan fecunda como hermosa, tan necesaria como práctica, pues nunca antes fue mostrado el origen de nuestro pueblo con el rigor histórico, la destreza literaria y la accesibilidad pedagógica con los que nuestro escritor logra acercarnos a una etapa de la historia de Canarias que, por una razón u otra, siempre se ha mostrado con más aspereza que suavidad, con menos voluntad de exactitud que deseos de componer mosaicos de abalorios acientíficos.

Por eso del instinto de editor que uno va afinando con las escrituras, lecturas y proyectos editoriales, tras escuchar y degustar su “Desafío…” y tener presente sus publicaciones de 2010 y 2011 vi con claridad que no debía perder la pista de este autor y que, atento a la parcelita minúscula de conservación del patrimonio lingüístico que había asumido cuidar y difundir, tenía la obligación de proponerle algún proyecto editorial que nos pudiese vincular. Florecía en el jardín de mis convicciones una que se ha confirmado con este libro: que Faneque debía tener muchas otras composiciones de mucha calidad y que no habían visto la luz porque, quizás, nadie le había hecho una propuesta formal para que se publicasen; y él, amparado en su humildad como autor, tampoco tuvo ánimos para ofrecerlas.

En octubre, por circunstancias que no vienen al caso detallar, tuve la inmensa fortuna de cerrar con él un encuentro con mi alumnado de segundo curso del Programa de Cualificación Profesional Inicial del IES José Zerpa, donde ejerzo placenteramente mi labor docente. El eje sobre el que se vertebró su participación lo constituyó el referido poema «Desafío y muerte de Doramas». Recordaba las excelencias de esta composición y no quise perder la oportunidad de compartirlas con mi alumnado y, al mismo tiempo, que mis discentes disfrutasen del enorme bagaje de conocimientos históricos y literarios del autor que nos ocupa, quien, además, como docente, supo articular una sesión de trabajo que duró dos horas seguidas y que se convirtió en uno de los momentos más deliciosos que tanto los estudiantes como un servidor hemos tenido dentro de un aula escolar.

Fue entonces cuando, sin dudarlo ni un instante, me lancé con la propuesta de publicar sus poemas, los otros, los desconocidos, los que sabía que debía tener custodiados en un cajón. De ese envite, nació este Romancero sureño, que luego se vio incrementado por otro poemario paralelo que también aguardaba mejores tiempos, Ars amandi, y que había sido elaborado durante el periodo en el que se publicaron La reina… y Cantos… Ambos grupos poéticos se han fusionado en este volumen. La flor de mi convicción quedó expuesta en todo su esplendor: efectivamente, Faneque tenía muchas otras composiciones de calidad que custodiaba en un cajón y que, mostradas, han dado y dan buena fe de su magnífico quehacer como poeta.

Una prueba de esta afirmación hay que verla en la circunstancia de que este libro nació ya hecho; o sea, que no he tenido que esperar como editor a que su autor terminase nada. Todo ya estaba moldeado, cincelado, horneado, cerrado y sellado; señal inequívoca de un trabajo poético silencioso y abnegado por parte de Faneque, pues buena parte de lo que contiene este libro es inédito.

La única tarea que quedaba por resolver con la fusión de los poemarios antes expuesta no era otra que la disposición de las composiciones de manera que la obra atesorase los exigibles niveles de cohesión y coherencia conceptual acordes con la voluntad poética de su autor. El lector debía acceder a un universo textual donde todas las partes constituyesen una unidad creativa sólida para que la experiencia lectora se desarrollase a través de una travesía bien guiada por los sentimientos y las sensaciones, por las connotaciones y los juegos retóricos. En esta tarea nos centramos tanto el autor como quien, orgulloso por el resultado y privilegiado por la relación, esto te escribe.

Partíamos de una premisa inicial que condicionaba el trayecto: la variedad temática, que debía ser tenida en cuenta para expandir las posibilidades significativas del poemario. Se dio en la confección de esta ruta lectora una curiosa situación: siendo nuestro romancero el tercer título de nuestro autor, la obra no se situaba por su contenido como el resultado de una evolución compositiva, sino que se ubicaba en el estadio anterior al de sus publicaciones de 2010 y 2011. En este sentido, el último poema de este libro, el alabado “Desafío y muerte de Doramas”, sirve de preliminar, de puerta de entrada; en suma, de anuncio de los otros volúmenes.

Esta circunstancia me parece fascinante y significativa, puesto que permite, en la formalización del referido universo textual, que sea posible atisbar en este libro cierto espíritu de ágape, presente en la relación literaria que mantiene el anfitrión (nuestro autor) con sus invitados (nosotros, que somos sus lectores) y que se traduce en una primera y escueta sinopsis de esta obra: el Romancero sureño es, ante todo, un ofrecimiento al lector de todo aquello que sirve para entender cómo fraguan en el autor los esenciales pilares de su vida, conformados por las metafóricas columnas antes identificadas como arte, patria, amores y tiempo. En este ofrecimiento, en esta entrega, el receptor accede a una cosmovisión que podrá luego cotejar con la suya. Será la complacencia lectora que le produzca esta obra la que, de una manera u otra, terminará por hacer que asimile lo leído con su particular manera de interpretar el mundo.

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