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Nacho Cabrera Gvedes: Ciudadano Yago (Mercurio Editorial, 2014)

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Versiones inglesa e italiana: Angela De Siena

Composición, recopilación y edición musical: Rubén Sánchez Araña

Fotografías (versión española): Víctor M. Muñoz Arocha

Edición y preliminar: Victoriano Santana Sanjurjo


[ir a la primera parte del preliminar]


Escena 5ª

… y donde me veo obligado a proyectar mi malestar ante lo que considero una situación injusta: ¿Cómo no se articulan los medios necesarios para que las obras de nuestros autores circulen de la manera más adecuada; o sea, creando espacios permanentes para los ensayos, facilitando lugares dignos para que las obras sean vistas por el público, poniendo en marcha iniciativas para que puedan ser conocidos los actores, los autores y las piezas teatrales por nuestros escolares, nuestros mayores y, en general, ese pueblo que desea sentirse orgulloso de lo que hacen los suyos?

Sigo: ¿En qué medida están autorizadas las instituciones públicas (insisto, es importante: “…públicas”; o sea, del pueblo) para plantear cualquier rentabilidad económica vinculada con el fomento de la cultura? Es una infamia exigir rentabilidad pecuniaria a colectivos teatrales, musicales, artísticos, etc., que, por mor de la situación actual, no pueden dedicarse en exclusiva a sus quehaceres creativos. Digo más: es de una absoluta desfachatez que las instituciones públicas inviertan en costosísimas producciones culturales, que solo puede disfrutar una minoría, y que ello traiga consigo el olvido (cuando no el desdén) para apoyar a quienes lo necesitan, los que adolecen de una estructura de medios suficiente para poner en práctica sus propuestas.

Hay que plantear una política cultural que deje para las empresas privadas el riesgo de traer a los grandes y que obligue de alguna manera a las entidades públicas a que se ocupen y preocupen de los pequeños. Y sí, lo sé; sé que mis palabras así dichas son el hachazo a un tronco que no basta para creer que hemos hecho un mueble. Sé que la madera debe ser cortada, medida, pulida, barnizada… con los oportunos ajustes que deben provenir de unas reflexiones y negociaciones más concretas y transparentes en lo que toca a las intenciones de las partes implicadas, pero en el cedazo de mi malestar bailan lentejas con piedras, y tengo hoy en día la impresión de que el ingrediente principal de nuestro potaje no son las legumbres, sino los añicos que destrozan la dentadura de nuestros presupuestos.

Mientras tanto, al tiempo que se dirime si los ángeles tienen o no sexo, muchos individuos, muchos creadores, muchos artistas, muchos productores de esa cultura que merece la pena difundirse y protegerse, siguen arando sus tierras. Soy testigo, cada vez menos mudo (lo intento), de cómo estos labriegos de palabras, pues ellos, por mi dedicación libresca, copan todo mi interés, van cultivando sus terrenos con textos que no desmerecen a los de otros autores, encumbrados, en muchos casos, gracias a la mercadotecnia.

Como creo firmemente en la máxima de que uno es dueño de su silencio y esclavo de sus palabras, lo expuesto hasta ahora debe verse como el compromiso deontológico que, por escrito y, en consecuencia, huyendo del silencio al que tengo derecho, sostengo para llevar a cabo mi labor editora. De ahí que hiciese lo posible por que viese la luz esta biblioteca a la que pertenece el título que nos ocupa y por que guiasen mi acción todas las razones señalas al principio de este preliminar que me honra ver como el primer acto del extraordinario título que nos convoca, Ciudadano Yago.

Si como editor literario puedo concebir la existencia de poetas y narradores, ¿qué me impide volcar mis atenciones en los autores teatrales? Es cierto que el teatro se lee de otra manera y que tiene toda la razón del mundo el gran Nacho Cabrera cuando señala que «escribir es el primer estadio de la puesta en escena; con ello quiero decir que el teatro escrito como tal no tiene sentido. Su último fin es la representación y la puesta en escena»; pero, con el yugo del “problema catedralicio” antes expuesto asaeteándonos, el dilema de si debe o no publicarse un texto teatral lo he resuelto con la siguiente conclusión: creo que es importante crear un espacio donde los autores teatrales puedan mostrar sus creaciones sin que estas estén supeditadas a que puedan o no representarse.

Si las dificultades para que puedan ofrecerse a los espectadores son tantas en nuestros días, hay que hacer lo posible para que estas complicaciones se diluyan de algún modo sustituyendo al público por los lectores. No es lo mismo, sí, es cierto, pero ¿y si, gracias al texto publicado, el autor puede ser conocido por otro director u otra compañía que, situados en otro lugar y con otros medios, deciden poner en escena el texto? ¿No merece la pena intentar que este autor teatral tenga la posibilidad de darse a conocer?

Escena 6ª

Aunque Teatro La República no sea precisamente un grupo novel, las dificultades que afrontan sus miembros siempre que desean poner en escena un nuevo proyecto teatral y los principios que rigen su ideario como colectivo cultural, afines a los que se marcan en este preliminar, convierten a esta compañía en el mejor punto de arranque para la serie de textos teatrales que podrían llegar a ver la luz en la Biblioteca Canaria de Lecturas. No sé cuántos serán; sí, en cambio, que todos los que sean tendrán un hueco porque merecen tenerlo y porque se ha hecho todo lo posible para que lo tengan.

Para ese editor que obra en mis intenciones (el fiel cumplidor del ya referido código deontológico asumido por cuantos hemos declarado nuestro deseo de proteger y difundir los productos culturales), representa una inmejorable oportunidad para cumplir con la apuntada obligación el que se publique este Ciudadano Yago que nos vincula, una obra teatral compuesta por el magistral Nacho Cabrera y que, a partir del personaje shakesperiano, ofrece una reflexión profunda sobre la condición humana en el marco que determina un metafórico acto judicial donde la imagen es una sala de juicios y, la sociedad, personificada en el público, el término real.

Un personaje, Yago, se dirige a un jurado para exponer su posición. Lo admirable de esta situación es que la posición del personaje no se sostiene a partir de un hecho contemporáneo al texto de Shakespeare, sino que se sustenta sobre los juicios que la figura teatral ha suscitado a lo largo del tiempo; o lo que es lo mismo, no se juzga tanto al Yago que ha quedado fijado en la memoria de los lectores como instigador, taimado, cínico…, sino a la pervivencia de este juicio a lo largo del tiempo, a la inclemencia que soporta el personaje por culpa de los prejuicios. Yago, ante Otelo, siempre es condenado sin remisión, incluso antes de que la propia lectura del drama se haya realizado. No se habla tanto, pues, de un juicio sobre una base sincrónica de unos hechos literarios, sino sobre el sustento diacrónico de unos acontecimientos amparados en lo que sería la crítica literaria.

A partir de este punto de vista, Nacho elabora un texto que no se aleja de las referencias shakesperianas. La obra primigenia está presente, pero el foco de los sucesos no centra su iluminación en las estancias lectoras del original, sino que pretende sacar de la sombra las razones que nunca se han considerado como atenuantes. Es un juicio, mi dilecto lector, y todo atenuante siempre será bienvenido por el que pudiera llegar a ser nuevamente condenado. ¿Nuevamente? Sí, nuevamente. En el texto de Shakespeare, ya tiene la condena por los indicados hechos sincrónicos; en el de Nacho, pudiera tenerla por los diacrónicos. Quien juzga en esta ocasión es el espectador. De ahí que al final de cada versión de este Ciudadano Yago que manejas haya una papeleta similar a la que el público utiliza para dictar su veredicto.

En esta obra, Yago lo es todo; por eso, todo gira en torno a él, todo conforma un mismo universo; todos los discursos en estilo directo son los suyos, aunque provengan de diferentes personajes; todas las recreaciones se formulan desde la misma perspectiva… Y por eso hay dos actores en escena. Nada más. ¿Dos?, me preguntarás. Sí, dos: el ego y el alter ego de Yago; el haz y el envés; el anverso y el reverso; la luz y la oscuridad… Uno es palabra; otro, música. Uno es retórica; el otro, sentimiento.

El que haya dos actores sobre un escenario es una opción de montaje; un montaje que debe plantearse como un “o a todo o a nada”. Aquí no hay término medio que valga. Era un reto y es (todavía sigue siéndolo) un reto confrontar, por un lado, a un actor sobre el que reside el grueso del texto y a un músico que apoya puntualmente ese texto con movimientos y textos aislados; y, por el otro, a todos los personajes que deambulan en este texto y que son recreados precisamente por el actor y el músico. Es un complejo desdoblamiento que impregna la esencia de la representación y que permite la fijación de un objetivo estimulante: que cualquier persona, al margen de su conocimiento de Shakespeare o nivel cultural, fuese capaz de entender el entramado de lo contado y que pudiera sumergirse en el universo y en la argumentación del personaje.

[…] ¿Por qué la música? Para mí, como director, siempre ha sido una liberación jugar con todos los elementos desde la óptica de un ente interpretativo más. Del mismo modo que la escenografía no es un módulo inerte en el escenario, y que esta toma vida a cada momento convirtiéndose en un elemento o en un espacio en combinación con el resto de los módulos, la música también es un elemento que propicia un nivel de interpretación que va más allá de la mera descripción del momento narrado. Nunca pretendí que la música fuera descriptiva únicamente; siempre me posicioné en la concepción de una música que creara climas y atmósferas. Las propuestas vinieron todas del violinista-intérprete Rubén Sánchez. Fue consciente y consecuente con la necesidad que tenía esta obra, y cada paso suyo siempre supuso un avance dentro de la selva argumental en la que nos metía el ciudadano Yago.

Escena 7ª

La obra empieza a componerse un año antes de su estreno, hacia el mes de julio de 2012, como resultado de un proceso de reflexión que llevó algún tiempo y que se tradujo en un deseo de la compañía por volver a vincularse con algún texto de Shakespeare: «Nuestros procesos de concepción y maduración de un texto teatral son amplios. Desde que ronda la primera idea por la cabeza hasta que se materializa, perfectamente pueden mediar dos años», afirma nuestro autor.

Deseaban, de algún modo, repetir la intensa experiencia que supuso el Macbeth tuneado de Cuando las mujeres asaltaron los cielos (2003). Es posible que una década después de la pieza teatral que no dejó indiferente a nadie, el grupo sintiese la necesidad, porque así lo demandan los tiempos, de hacer nuevamente buenas las palabras de Nacho cuando, al hilo de la versión del citado texto shakesperiano, apuntó: «Situar a Shakespeare en el mismo lugar de Dios, es insultar al viejo inglés. Hacer dogmas de sus textos es tratar de crear una nueva Biblia y descerrajar el espíritu de la bestia errante escocesa. Empalemos las divinas palabras y abramos en canal los textos de museo. Hay veces que las vitrinas se construyen para ser destrozadas a base de golpes». Sabían a quién querían; pero no qué querían del genio de Stratford-upon-Avon.

El debate se resolvió gracias a Melisa Espino, la responsable del área pedagógica de la compañía, quien consideró interesante, tras descartar el clásico Romeo y Julieta o volver sobre Macbeth, que el próximo proyecto de la compañía, el que debía seguir al célebre A quemarropa (2012) que por entonces estaban representando, fuese Otelo. Es ahí, en esa indeterminada conversación sin fecha, donde debe situarse el origen del universo “ciudadanoyaguesco” del que forma parte este libro que ahora nos une.

Nace el punto de referencia, Otelo, y con él una nueva deuda con su autor: «Ciudadano Yago le debe todo, absolutamente todo, al texto de Shakespeare, pues nos ha dado motivos más que sobrados para enamorarnos nuevamente de un texto tan antiguo como contemporáneo en su posicionamiento», me apunta Nacho; yo, contraataco: «¿Qué le debe el de Shakespeare a este texto?». Responde: «Sería pretencioso decir que Shakespeare nos debe algo. Lo único que hemos querido hacer con esta versión es indagar en las motivaciones del verdadero personaje. Es nuestro Yago, pero el Yago más actual que quizás hoy podamos ver».

Esta humilde y sincera respuesta de Nacho, filtrada a través de mi diabólico tamiz, tiene un “pero”: Shakespeare no podrá dar las gracias personalmente a Nacho por lo que ha hecho con Ciudadano Yago, pero sí se le podría ver el detalle al mundo shakesperiano de dárselas, aunque sea simbólicamente, en nombre del dramaturgo, pues ha logrado su autor que la figura de ángel caído que representa el personaje de Yago deje de percibirse desde un solo punto de vista, tan simple como injusto. La humanización completa de Yago es la mejor manera de actualizar el texto original, la mejor concesión que se le puede dar a un personaje para que sobreviva más allá de los límites visuales de una fotografía sepia en la que nadie se ha molestado por imaginar cómo es lo que no se ve. Ciudadano Yago aporta al siglo XXI la perspectiva videográfica, que es, en buena medida, la manera en la que nuestra sociedad traduce su realidad…

(El autor del preliminar silencia su escritura. Es consciente de que la fervorosa pasión por exponer su visión sobre la obra que nos ocupa ha hecho que se desvíe un tanto del camino que venía siguiendo a la hora de relatar la historia de Ciudadano Yago. El autor respira hondo. El autor, más calmado, prosigue)

?2012. Julio. Nacho Cabrera: «La obra comienza a escribirse desde el mismo momento en que se hace la primera lectura. Es un proceso por el que pasa cualquier texto que Teatro La República decide poner en escena. El texto que se publica es la séptima versión con la que trabajamos después de la primera lectura y de las primeras notas que tomamos, que abarcan desde estudios técnicos teatrales a reflexiones personales, las cuales nunca son ajenas a la fijación de una posición política y social determinada […] Se escribe en Gran Canaria, entre mi despacho personal y el escenario donde se estrenó, en Ingenio…».

La mirada de Nacho se hace ahora más incisiva. En el fondo hay algún retazo de ternura, pero siento que se la ha arrebatado, una vez más, la indolencia de los de siempre: «Ingenio es mi pueblo natal. Allí comencé a hacer mis primeros pinitos como actor y dramaturgo en ciernes. Me parecía bonito volver al primer espacio municipal donde hice teatro. Era como una vuelta a casa. Todo es como una vuelta a casa. Este texto es, a su manera, un regreso al teatro de autor, al teatro en esencia. Esta voluntad de retorno fue como una premonición de lo que acabaría sucediendo: que las condiciones de estreno y de creación nunca fueron las mejores. Es lo de siempre; la misma maldición de siempre… Contar con políticos que no creen en el arte sino en el teatro de escaparatismo es un handicap».

Habla claro nuestro autor porque lo tiene todo muy claro y porque esta claridad de pensamiento no se sostiene sobre una actitud ególatra, como la que envuelve la manera de ser de los escaparatistas, sino sobre la contemplación de una exasperante realidad: que, desde el poder político, somos guiados por individuos cuyos asentamientos intelectuales, creativos, morales y estéticos les sitúan en la escala evolutiva de los homínidos situados al mismo nivel que los australopitecos, siglo arriba, siglo abajo. Hay excepciones, sí, claro, pero cuesta tanto verlas que a veces se termina concluyendo que esas rarezas forman parte de una lejana leyenda relacionada con una indeterminada edad dorada.

?2013. Febrero-julio. Ensayos en Ingenio. Aproximadamente, 30 ensayos, treinta acciones para calibrar el punto de mira del arma cargada con esas palabras-balas que han de impactar donde habita la conciencia del espectador: «Cada versión es filtrada en escena, con lo que podemos comprobar si lo escrito tiene sentido y verosimilitud escénica. Es un proceso artesanal, como artesanal ha de ser el teatro. Escribir es el primer estadio de la puesta en escena; con ello quiero decir que el teatro escrito como tal no tiene sentido. Su último fin es la representación y la puesta en escena. Por eso es probable que el texto que hoy se publica tenga que entrar en “talleres” con el paso del tiempo, porque la literatura escénica no solo queda supeditada a quien la escribe, sino a quien la dirige e interpreta. En concreto, la versión final que hoy tenemos en nuestras manos se termina de escribir un mes antes del estreno, aunque, en honor a la verdad, pocos días antes del estreno oficial todavía estábamos haciendo ajustes textuales que, en esencia, tenían que ver con la motivación interna y los ritmos del acusado ciudadano Yago».

?2013. Julio, 4. Estreno de Ciudadano Yago, «en el antiguo Cine Plaza; o antiguo Centro Cultural de la Villa; o antigua Escuela Municipal de Música pública; o actual cuchitril que el gobierno municipal tiene dejado de la mano de Dios; un lugar cargado de historia que un gobierno insensible de derechas es incapaz de cuidar y de dar el valor que se merece».

Observo detenidamente a Nacho. Veo la fortaleza de su mirada, la firmeza de sus gestos, el inmenso halo comunicativo que le envuelve… Sé que nuestros compromisos ideológico, político y social siguen la misma órbita y que se nutren de esa manzana que no dudamos en morder y en compartir con la sociedad. Hemos aceptado con orgullo nuestra posición antifascista y el destino que nos espera si algún día se repitiese un infausto 18 de julio: el tabique de un cementerio y acribillados por fusileros. Por eso, lanzo sobre el tablero de nuestra conversación las dos cartas clave de nuestro universo: la que, desde el nombre de la obra, tiene subrayada la palabra ciudadano; y la que, desde el nombre de la compañía, muestra, también subrayado, el término república. Desde el fondo de su sosiego, emerge nuestro autor cual titán; y a mí, como leal cumplidor de mi función trovadoresca-instigadora, solo me corresponde ahora anunciarte que «habló Nacho, bien leerás lo que dijo»:


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