El primer día de mayo, en muchos pueblos de La Palma, se despertaba toda la familia para colocar un monigote elaborado con trapos, y relleno con paja y papeles. La tradición advertía que alguna fuerza maléfica se te podía meter en el cuerpo (generalmente, por algún orificio poco digno). El monigote era el depositario alternativo de ese mal, y se evitaba así estar durante este mes con problemas estomacales o “desmayado”, tal como expresan algunos informantes de Punta Llana.
Los mayos peninsulares -estudiados por Caro Baroja, entre otros- tienen más que ver con árboles engalanados o troncos altos, en torno a los cuales los jóvenes bailan y celebran juegos diversos. También existen algunas poblaciones en las que se cuelga de un árbol un pelele o monigote, al que se le acusa de todos los males acaecidos durante el año en el pueblo.
En otros países, como Irlanda, la tradición consiste en danzar y enrollar cintas en torno a un árbol o tronco engalanado, danza conocida como Maypole, en una posible referencia al origen ritual de nuestros conocidos como Bailes de Cintas. En los vecinos archipiélagos de Madeira y Azores se realizan mayos muy similares a los que encontramos en la isla de La Palma.
El investigador Cirilo Leal habla de la existencia de los mayos en el norte de Tenerife, donde el mayo -elaborado generalmente por niños- se colocaba como caricatura burlesca en la puerta de algún vecino. El arraigo de esta tradición decayó en esta isla, para desaparecer casi por completo.
Sigue siendo en los pueblos de La Palma y, especialmente su capital, donde la costumbre de los mayos se ha ido reforzando desde sus orígenes (documentados en el s. XIX) hasta nuestros días, donde se celebra con profusión de monigotes que, casi siempre, acompañan a una cruz engalanada.