Anda el patio revolucionado con el concierto de clausura del 33 FIMC y no es para menos. Después de que los de siempre pusieran a bajar de un burro la programación de este año porque crecía la presencia de los músicos canarios, ahora resulta que los canarios han sido de lo más interesante y de mejor calidad de todo el Festival, mientras que la orquesta más cara de todas, la más antigua, la más famosa, la de mayor proyección internacional, la del lleno total, el «broche de oro gracias a la gestión de la anterior directora del Festival, Candelaria Rodríguez», como ha llegado a decir alguno, ha venido a hacer un bolo y llevárselo calentito.
Recuerdo oír contar a mi abuelo la historia de cuando el gran Enrico Caruso hizo escala en Gran Canaria y dio un concierto sotto voce y el público de la Isla, muy culto y exigente por aquel entonces acostumbrado a grandes veladas musicales gracias al constante goteo de los mejores artistas del momento que paraban aquí en sus viajes de ida y vuelta entre América y Europa, le pegó un abucheo de órdago. Esta historia me la contaba el viejillo, con su típica sonrisa socarrona, explicándome que finalmente Caruso pidió disculpas y repitió el concierto en condiciones para gran deleite del personal y recibió, entonces ya sí, su merecida ovación.
Lo de la Mozarteum Orchestra Salzburg fue de juzgado de guardia. Es como para denunciar el contrato por incumplimiento flagrante. Se merecen que el Festival no les pague ni un euro y que, además, los denuncie por daños y perjuicios.
Era difícil justificar la desafinación y la falta de precisión entre grandes profesionales. Hubo un momento en el que se temió lo peor y pareció que Andreas Spering iba a tener que parar la orquesta y empezar de nuevo ante el desajuste entre músicos y coro. ¡Inaudito!
Efectivamente fue una pura lamentación y un requiem lo que ocurrió ayer en el Auditorio Alfredo Kraus con dos de los mejores compositores de la historia universal de la música.
Lo más grave de todo es que no es la primera vez que ocurre en el Festival de Canarias. Ya son demasiadas las veces que vienen a las Islas estrellas rutilantes, de gran renombre internacional, a cobrar un dineral por cumplir el expediente mientras les ovaciona una buena parte de un público que, cuando de verdad hay un concierto magistral, se levanta corriendo para irse como si les fueran a cerrar el parking o a dejarlos sin taxis de por vida. Estrellas rutilantes que, una vez acabado el concierto, cenaban con la flor y nata de las élites musicales canarionas para hacerse fotos con las que adornar sus despachos y ‘aquí paz y después gloria’.
Si queremos que se nos respete, tener nivel y peso específico en el concierto internacional, no debemos permitir que se nos tome el pelo y encima reírles la gracia con aplausos en vez de darles un merecido abucheo.
Seguramente, este 33 FIMC se recordará históricamente no solo por la polémica sino como un cambio de paradigma, un punto de inflexión que nos llevará a lo que siempre debió haber sido y nunca fue el Festival Internacional de Música de Canarias.
Ahora es el momento de reflexionar. De analizar las encuestas de satisfacción. Examinar las cuentas con lupa y comprobar si hay el mismo nivel de déficit de otros años o ver el cómo es posible que con el mismo dinero se hayan podido hacer este año muchos más conciertos, en más municipios y más baratos. Estudiar las cosas que funcionaron y las que no, las que fueron herencias del pasado y las que se han hecho nuevas, las que son susceptibles de mejora o las que, simplemente, hay que defenestrar. Comparar con las memorias de años anteriores y que el nuevo comité técnico, que ahora sí está formado por profesionales, se ponga a trabajar junto con el director y todo el equipo del Festival para realizar un informe completo, una memoria que sirva para mejorar el año que viene. Y así cada año.