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Según Ernesto Rodríguez Abad:“La palabra. Podemos definirla de muchas formas, podemos escucharla en múltiples voces o acentos, podemos analizarla gramaticalmente, semánticamente…

Yo prefiero hoy abordarla artísticamente. Hay algo en ella que la hace inexplicable, que la llena de magias, de emociones, de enigmas. Cuando la palabra es materia artística, cuando es voz, cuando se hace materia que toca, que acaricia o agrede es cuando tiene una razón de ser.

Estos días en Mueca la palabra toma la calle y las casas, toma un espacio que convierte en reflexión, en magia, en sentimientos.

Creo que estas iniciativas son necesarias en un mundo que cada día está más condicionado por el consumismo, por la vulgaridad… Ver a gente con los ojos brillando, con la sonrisa en los labios es una prueba de que aún hay esperanza.

Hace tres años conocí a Mirta Colángelo en la feria del libro de Buenos Aires, allí le pedí permiso para trabajar con su idea de los susurradores de poemas en Canarias. Ha sido maravilloso ver en varias ocasiones como la palabra poética llega de forma especial cuando nos la dirigen en exclusiva, sólo voz y oído. El susurrador se llena de sentimientos.

Creo en la palabra y creo en el ser humano, por eso aún sigo narrando, sigo inventando, sigo poniendo mi voz al servicio de los textos”.

La reflexión del director de la compañía de narración Factoría de Cuentos refleja la intención de la “susurradora de poesía argentina; desacelerar el mundo. Así sucedió durante el Festival MUECA del Puerto de la Cruz; en la calle de la Hoya, sin que los apresurados viandantes intuyeran que un poema se acercaba, educadamente, a besarles la oreja.

Media docena de recitadoras y recitadores aguardaban bajo paraguas de palabras, con largos tubos negros o susurradores. Despertaban la curiosidad de los habitantes de la calle y de pronto, comenzaban a reunirse formando con sus camisetas, un poema de Jairo Aníbal Niño; ese que termina preguntando que haremos cuando seamos niños. Ante el desconcierto de turistas y nativos, enarbolaron los susurradores e invitaron a la gente a escuchar. Uno a uno, en medio de la sinfonía ruidosa de la ciudad, eran transportados al mundo de la intimidad de los versos, al delicado murmullo de la poesía.

Unos segundos breves cambiaban el semblante, marchaban de otra manera; más despacio; dibujando una suave sonrisa en su rostro. Son las pequeñas cosas las que cambian el mundo.

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Yésica Abreu Expósito, Damián Martín Zamora, Moneyba Hernández Rámos, Héctor Ruíz Verde, Maruchy Hernández y Andrés González Novoa, sin descanso, susurraban de oreja en oreja, se veían rodeados de todas esas personas que se cruzan con nosotros por la calle y a los que ni siquiera miramos a los ojos. Como en “La autopista del Sur de Cortázar, se rompía el ritmo del mundo y detenidos, esos extraños desconocidos se transformaban en cómplices sensibles, en compañeros de emociones y, la calle, serpiente que se traga vidas, se convertía en una posada para viajeros.

Y la experiencia podría quedar aquí, como un lindo interrumptus dentro de este guión exprés que es el mundo actual, de no ser porque una mamá, escribiendo a la página de Factoría de Cuentos, nos explicó que su hijo se había pasado el día entero, con su propio tubo de cartón, susurrando a su familia, amigos y a todo aquel que se le cruzara por delante. Según ella, había encontrado una nueva manera de expresarse.

El susurrador se llena de sentimientos advertía Ernesto… sentimientos de un niño. Sin duda, ese susurrador, no tiene precio.